Algunos israelíes o judíos norteamericanos con cierto conocimiento de la historia de México repiten una versión "levantinizada" del famoso dicho de Porfirio Díaz: "pobre Israel, tan cerca de Dios y tan lejos de Estados Unidos". Lejos, lejos, lo que se dice lejos, Israel nunca lo ha estado, pero quizás hoy se encuentra más alejado en lo personal y en lo político del presidente de Estados Unidos que nunca.En marzo de este año publiqué en estas páginas una notas a propósito del enredadísimo nexo entre el programa de enriquecimiento nuclear de Irán, la campaña electoral norteamericana, la relación personal entre quien desde entonces ya se perfilaba como candidato republicano, Mitt Romney, y Benjamín Netanyahu -el primer ministro de Israel- y las posiciones de éste en torno a una posible intervención israelí contra los ayatolas en Teherán. Estos últimos días ese enmarañado tema ha resurgido con enorme fuerza en Estados Unidos, en Israel y en la comunidad internacional en su conjunto. Tres elementos parecen haber agudizado las tendencias que se entreveían desde marzo, cuando las describí, y que desde mucho tiempo antes habían sido ya largamente comentadas por un gran número de observadores.Las tres mutaciones decisivas son las siguientes. En primer lugar a partir de las convenciones de ambos partidos políticos norteamericanos, las repetidas metidas de pata de Romney y el repunte de recaudación de fondos de Obama, las apuestas en Estados Unidos (y por consiguiente en el mundo) sobre las probabilidades de triunfo del Presidente en funciones en noviembre han subido de manera muy significativa. Es cierto que faltan cincuenta y pico días para la elección, tres debates y múltiples variables en suspenso: un posible descalabro económico en Europa, un deterioro de la situación de desempleo en Estados Unidos, o una crisis internacional como la que posiblemente detone los asaltos a las sedes diplomáticas estadounidenses en Libia y en Egipto. Pero si los encuestadores y la comentocracia norteamericana parecen empezar a dar por descontado el triunfo de Obama, es factible que las cancillerías y los servicios de inteligencia de otros países estén haciendo lo mismo. Y no hay Cancillería o servicio de inteligencia más concernido por el desenlace norteamericano que la de Jerusalén (con la posible excepción de México, con el pequeño detalle de que ya no tenemos Cancillería ni servicio de inteligencia).Y si Netanyahu cree que Obama va a ganar, tiene que tomar una decisión rápidamente. En esto consiste el segundo elemento.Por diversas razones internas, externas, personales y vinculadas a la situación en Irán, el gobierno de Israel parece haber elevado la puja en estos días a propósito de una intervención militar contra la posible adquisición de armamento nuclear por Teherán. Netanyahu ya no sólo insiste en la necesidad de una intervención cuando Irán posea una bomba, y no sólo cuando tenga la capacidad de construirla, sino que ahora da a entender que Israel debe proceder antes de que Obama gane las elecciones y, por tanto, se oponga a una intervención israelí posterior. Hoy Israel todavía puede intervenir solo, en unos meses ya no podrá; y hoy Obama no se verá obligado a participar por razones electorales.La tercera modificación de la ecuación se produce en el terreno de Irán. De acuerdo con la Agencia Internacional de Energía Atómica, Irán ya posee, a diferencia de hace unos meses, uranio enriquecido a un grado elevado para producir entre cinco y seis bombas atómicas. Si esto es cierto, y si los avances iraníes en otros ámbitos de su programa son semejantes, el mundo se encuentra mucho más próximo a una decisión desgarradora:Aceptar, como en tantos otros casos, que un país no democrático posea un dispositivo atómico; o evitarlo mediante el uso de la fuerza. Desde un punto de vista intelectual, se trata de un escenario fascinante; pero para Israel, Irán y Obama se trata de un escenario aterrador.