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Chile… ¿en México?

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Hace seis meses, a raíz de una conversación con Denise Maerker, sugerí que ante la entonces incipiente crisis del gobierno de EPN, uno de los instrumentos consagrados para coyunturas de esa índole consistía en un remaniement ministeriel. Versión mamila de un cambio de gabinete, pero cuya prepotencia francófona encerraba una verdad. Se trata de una figura de los sistemas parlamentarios, donde el gabinete es también gobierno, a diferencia de los presidenciales, donde el jefe de gobieno y de Estado es el mismo.
EPN no me hizo caso. La comentocracia está para comentar, el gobierno para gobernar. Pero algunas de las objeciones de comentaristas escépticos quizá pecaban de insularidad. Alegaban que eso solo sucede en los regímenes presidenciales, justamente, y en crisis mayúsculas, cuando se encuentra el gobierno a punto de caer, que no es el caso de México.
Viene a colación Chile: con instituciones robustas como las nuestras, con una Presidencia igual de fuerte y con una oposición semejante radicada en los medios y en la sociedad —no en el Congreso o los partidos—. Michelle Bachelet fue reelecta en 2014 con 62% del voto en segunda vuelta, 25 puntos más que EPN en 2012. Impulsó en sus primeros meses una reforma fiscal equivalente a 3-4% del PIB (el doble o triple de la de EPN), una reforma educativa de verdadero gran calado —sin meter a nadie a la cárcel—, y promovió una reforma constitucional político-electoral de más envergadura que la nuestra —debido a la herencia pinochetista—; alcanzó niveles de popularidad elevadísimos, tomando en cuenta la escasa popularidad de dichas reformas.
Pero todo se fue al traste por un escándalo de corrupción. Su hijo, su nuera, su ministro del Interior —sin pruebas— y la clase política chilena fueron vistos como un estamento descaradamente venal. Las sumas no alcanzan para un desayuno de contratistas en México, pero para una vieja colonia pobre de la corona española, los magros millones de dólares involucrados bastaron para generar una gran crisis.
¿Que tan grande? Según el sapo, la pedrada. Bachelet comenzó por reconocer que erró al no reaccionar con rapidez. Luego pidió, en televisión nacional, la renuncia de su gabinete (algunos integrantes fueron ratificados). Entendió. Como escribió Rafael Gumucio en El País: “Los chilenos empezaron a pedirle que se portara como presidente, y no como madre”. Adelantó el debate sobre la reforma constitucional, y sobre todo, acusó recibo de la gravedad de su situación. ¿Tan distinta a la de México?

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