Esta noche será el primer debate en EU entre los precandidatos republicanos a la Presidencia.
La estrella del espectáculo será Donald Trump, ya sea por las barbaridades que diga, ya sea porque sorprenda y pueda contenerse.
El problema no es lo que dice Trump. El daño que causa es, por un lado, el efecto que surte sobre los demás candidatos republicanos y demócratas en la contienda presidencial, y por otro, aquello que refleja de un sector importante de la sociedad norteamericana. Aunque algunos de los demás aspirantes republicanos, incluso políticos archiconservadores, se han deslindado de Trump en temas como la migración, el cambio climático, el acuerdo con Irán y el proyecto educativo estadunidense, la mayoría o bien se alinean con él, o se rehúsan a rechazarlo. Eso hace que el centro de gravedad de las posturas políticas del Partido Republicano se muevan de manera significativa hacia la derecha; y esa postura será el punto a partir del cual quien resulte candidato de ese partido tenga que regresar hacia el centro. Entre más se aleje del centro, más difícil le resultará volver.
Pero quien ocupe la candidatura del Partido Demócrata tendrá que tomar en cuenta el extremismo de su adversario, sobre todo en estos temas, pero también ante cualquier sorpresa que pueda surgir durante la campaña, es decir, entre agosto y noviembre de 2016. Ya la revista The Economist imaginaba un paisaje sorprendente para Hillary Clinton el año entrante: el derrumbe del régimen cubano y un nuevo éxodo masivo de la isla a Florida, como el que hubo en 1980. Por supuesto, se trata de pura fantasía, al igual que podríamos imaginar un nuevo éxodo de niños centroamericanos llegando a la frontera de México con EU y siendo ahí objeto de todo tipo de vejaciones y discusiones entre los candidatos.
El peligro que representa Trump no reside en sus posibilidades de ser el candidato o de alcanzar la Presidencia. Consiste en su amenaza latente pero cada día más verosímil de contender como candidato de un tercer partido, arrebatándole una enorme cantidad de votos al aspirante republicano y entregando la presidencia de nuevo al Partido Demócrata. Para evitar eso, el Partido Republicano deberá negociar con Trump. Negociar con él implica aceptar sus peores imbecilidades. Quizás valdría la pena que el gobierno de México le explique a la sociedad mexicana de qué se trata todo esto, ya que nos vamos a ver bombardeados desde ahora con todo tipo de estulticias de lo que los norteamericanos llaman the silly season.