Nos encontramos a escasos 12 días de la llegada de Francisco I a México, donde permanecerá durante cinco días. Aunque algunas encuestas sugieren, por adelantado, que su visita no ha despertado el mismo entusiasmo que las de Juan Pablo II, tengo la impresión que eso cambiará conforme se aproxime su arribo y, sobre todo, a lo largo de su estancia.
Lo que sí parece distinguir a esta visita papal de las anteriores es que en esta ocasión algo está en juego. No como en Polonia, Chile o Nicaragua en los años 80; ni tampoco a propósito de los viajes de dos papas a La Habana, pero sí en mayor medida que en todas las de Juan Pablo y la de Benedicto. Esta vez sí importará políticamente lo que diga —o no diga— Francisco, y cada quien le apuesta según sus intereses y predilecciones.
El gobierno de Peña Nieto, un poco como el de Salinas a principios de los 90, espera un espaldarazo político y electoral del Vaticano. Hay elecciones en Chihuahua, donde irá el papa, y en 11 estados más donde se televisará su visita 24 horas al día. Lo ideal para el régimen sería que el viajero se limite a pronunciamientos pastorales, en su caso a algunos temas sociales abstractos (la migración o el cambio climático), y en el peor de los casos, a hablar de asuntos delicados, pero que siempre podrán ser referidos a otros países (por ejemplo el maltrato a migrantes). En el mejor de los casos, hasta podría apoyar la causa peñista de la prohibición de la mariguana, en incluso la guerra del narco. No es una apuesta absurda.
Muchos otros sectores guardan la esperanza de discursos sustantivos y vigorosos del arzobispo de Roma sobre temas mexicanos controvertidos como las violaciones a los derechos humanos, la corrupción y la violencia. Se entusiasman con pronunciamientos importantes —en ocasiones improvisados— de Francisco en otras giras, o esperan gestos emblemáticos e iconoclastas, como lo sería un encuentro con los padres de los 43 de Ayotzinapa.
Hay muchas cosas de las que sé poco, pero en materia religiosa o de comportamiento del Vaticano mi ignorancia es mayúscula. De los jesuitas sé un poco más, por haber conocido a muchos, y haber leído algo. Si en la visita papal la diplomacia del Vaticano es colocada en el puesto de mando, tendrá razón el gobierno, y Francisco le brindará un soplo de aire fresco a una administración pasmada. En cambio, si los antecedentes jesuitas de Jorge Bergoglio se imponen, los críticos y adversarios de EPN saldrán fortalecidos. Yo le apostaría a la Catedral de San Pedro sobre la Compañía de Jesús.