La semana papal es buen momento para reflexionar sobre algo muy ajeno al cuidadoso visitante argentino. Los poderes fácticos en México se han caracterizado desde los primeros años del régimen posrevolucionario por su pacto con un diablo amable, para utilizar el lenguaje de Francisco I.
Ellos hacían negocios y los políticos hacían política. De cuando en cuando alguien se pasaba de un bando al otro (Hank, Alemán), pero en general eran compartimentos estancos, y nadie se metía en los asuntos del otro. Los magnates y sus colegas menos acaudalados permitían que los priistas robaran y reprimieran, mientras hubiera mesura en ambos menesteres. Y los políticos permitían que los poderes fácticos consolidaran sus sucesivos monopolios.
Las costumbres mueren difícilmente. La llegada de la democracia representativa a México no cambió los comportamientos de la noche a la mañana. El quid pro quo tuvo ajustes menores. Pero el pacto acomodaticio y eficaz desembocó en una conducta incómoda —o incompatible— con esa democracia representativa.
Hoy significa que los centros de poder económico, cultural, sindical, religioso y mediático (menos en este último caso) permanecen ajenos al decisivo proceso de decantación de aspirantes a la Presidencia cada seis años. Con la excepción de algunos medios y Peña Nieto en 2011, dejan en manos de los políticos la selección y el filtraje de los figurantes en la boleta electoral. Como cada quien llega —o no— a la misma les resulta indiferente. Luego intervienen para apoyar o combatir a su preferido o a su bête noire, casi siempre lamentando una composición efectivamente lamentable de la boleta, en cuya formación declinaron participar. En esas estamos.
La irrupción de candidatos independientes en los estados y para 2018 puede cambiar esto, pero todavía no sucede, salvo algunos ataques recientes de algunos poderes a algunos candidatos. Por tanto, estos se ven obligados a conducir sus campañas para convertirse en “el” independiente con altos índices de riesgo: viajar, financiar y apoyar a independientes estatales o municipales, salir constantemente en los medios, recurrir a una híperactividad tan provechosa como peligrosa.
Así se producen los tropezones. El Bronco no es responsable de la masacre de Topo Chico, aun si en efecto hubiera sacado al Ejército del penal por razones presupuestales. Pero su legítima aspiración presidencial sí abrió un flanco fácil de atacar para sus adversarios: ¡Que deje de hacer campaña y se ponga a trabajar aquí en Nuevo León! De acuerdo. ¿Pero los poderes fácticos ya están dispuestos a intervenir seriamente (no apoyando a todos, que equivale a no apoyar a ninguno) en la conformación de la boleta de 2018? ¿O van a seguir diciendo que ellos no hacen política?