El viernes pasado, el periódico Reforma publicó una nota citando el Índice Mundial de Policía y Seguridad Interna (WISPI) de 2016, que colocaba a la policía mexicana en el lugar 118 de 127 países. Venezuela ocupaba el siguiente lugar. En términos generales, podríamos decir que tenemos la peor policía del mundo.
En principio contamos con la multitud de gendarmes municipales en buena medida inútiles, con 32 policías estatales de eficacia exagerada (la Fuerza Civil de Nuevo León, por ejemplo, tiene apenas 3 mil 500 efectivos) y de dimensiones increíblemente disparejas, y de un contingente federal. Este último destacamento encierra números misteriosos, debido a que incluye distintas categorías: la agencia en la PGR que preside Tomás Zerón, la PF, radicada ahora en Gobernación, que abarca también, se supone, a la nueva Gendarmería. De acuerdo con las cifras del propio gobierno que cita WISPI, se trata de alrededor de 40 mil hombres y mujeres. Algunos vinieron del Ejército y se quedaron; otros fueron formados en la academia de San Luis Potosí; otros, quizá, se encuentran provisionalmente comisionados por la Defensa, pero pagados por Gobernación.
La clave reside en el aumento a paso aletargado de la magnitud de esta fuerza. Cuando fue creada la PFP en 1998 por Ernesto Zedillo y Francisco Labastida, arrancó con 8 mil miembros, casi todos militares. Así, en 18 años, se ha multiplicado por 5: hoy hay más o menos un PF por cada 3 mil habitantes. La Ciudad de México posee un policía por 80 habitantes, aproximadamente.
En otras palabras, tenemos la peor policía del mundo, y la menos peor y la más nueva ha crecido muy poco (con Fox y Peña Nieto) o en forma desorbitada, corrupta y disfuncional (con Calderón). Cuando se dice que cualquier presidente que desea perseverar en la guerra fallida contra el narco no tiene más remedio que recurrir al Ejército, se dice una verdad relativa.
En efecto, no sirve la policía, pero no se hace nada para que sirva. Si desde el 2000 se hubiera seguido construyendo la PF al ritmo de 10 mil integrantes operativos por año, para el siguiente sexenio el nuevo titular del Ejecutivo dispondría de un instrumento de casi 200 mil efectivos, bien pagados y entrenados. Podría desmantelar por la vía presupuestal a buena parte de la absurda fuerza municipal, y una parte significativa de las fuerzas estatales (pagadas, desde luego, por la Federación).
En cambio, por no seguir la vía de una policía nacional única, y si desea seguir con la guerra optativa de los últimos 10 años, se verá obligado (u obligada) a apoyarse en las fuerzas armadas. Y estas afirmarán que no es su tarea (cierto), que la cumplen a regañadientes (cierto a medias), pero que no hay nadie más que lo haga (porque no se quiso que hubiera). Gracias WISPI por avisarnos que nuestra policía no existe. Ya lo sabíamos.