Entre las poquísimas cosas en las que no estoy por completo de acuerdo con Aguilar Camín figura su fascinación por el gradualismo reformista. Con el paso del tiempo, prefiero los cambios paulatinos y duraderos a las convulsiones revolucionarias. Pero, a diferencia de Héctor, pienso que en coyunturas y países determinados, por muy reformador que pueda ser el gradualismo, no se encuentra a la altura de las necesidades, expectativas, ni de las posibilidades.
México hoy está en una coyuntura de esa naturaleza: las necesidades de cambios de gran envergadura son palpables. Por lo menos desde el 2000 el país los reclama en frentes tan disímbolos como la corrupción, el estado de derecho, la apertura económica, la reducción de la desigualdad y la pobreza y la proyección internacional. Las expectativas de cambios son mayores que en cualquier otro momento. Así parecen revelarlo los resultados de las elecciones del 5 de junio.
La necesidad del cambio es la característica más patente de hoy. Seguimos atorados en la mediocridad de un crecimiento de 2.5% al año. La violencia volvió a crecer, medida por lo menos por homicidios dolosos por 100 mil habitantes. Las violaciones a los derechos humanos son cada vez mayores. Y la corrupción figura como la preocupación central de millones de mexicanos que no tienen con qué protegerse de los estragos de nuestras prácticas corruptas nacionales.
En estas condiciones no sé si el gradualismo alcance. Tres puntos concretos. Primero, el Sistema Nacional Anticorrupción y en particular la 3de3. En tiempos normales, lo que se esté aprobando en el Congreso sí hubiera representado un paso adelante, insuficiente pero bienvenido; por lo que varios senadores y proponentes de la misma iniciativa afirman, se trata de algo que apenas toca la superficie. El que no sea obligatoria la publicidad, que no se incluya la declaración fiscal completa, sino solo el acuse de recibo del SAT, y que la Fiscalía Anticorrupción siga ubicada dentro de la PGR, da la impresión que es más de lo mismo. Es decir, algo muy por debajo de las exigencias y necesidades actuales del país.
En materia de mariguana, tema de menor importancia pero no de menor actualidad, la iniciativa que probablemente sea aprobada, limitada solo a la mariguana terapéutica, sin despenalización del consumo ni aumento del gramaje de posesión permitido, nos coloca lejos de lo que en esta materia específica sería deseable, aunque en otro momento o en otro país el paso no sería despreciable.
Por último, la madre de todos los cambios en esta coyuntura: la segunda vuelta. Peña Nieto debiera resignarse a que sus dos objetivos —que AMLO no lo suceda, y que el PRI sí— parecen cada día ser menos compatibles. La única manera de asegurar lo que él quiere, y a la vez lo que el país necesita, a saber, un Presidente con un mandato amplio, de más de 50% del electorado —AMLO o cualquier otro— solo se podrá con la segunda vuelta. EPN y AMLO están de acuerdo con su oposición porque creen que a cada uno le echarían montón. Uno de los dos se equivoca. Se me hace que es Peña.