Ya Trump es el candidato oficial del partido Republicano a la presidencia de EU. Concluyó la convención de ese partido con algunos aciertos de Trump y algunos tropiezos, como el plagio realizado por los redactores de la intervención de su esposa. Quienes suponían que algo podía suceder que impidiera que el candidato del resentimiento, del racismo, la xenofobia y la mala vibra llegara a candidato, tendrán que resignarse.
La semana que entra tendrá lugar la convención demócrata y esa terminará postulando a Hillary Clinton, y de esa forma más o menos se confirmará lo que ya se veía en las tendencias desde hace meses.
Esta vez, la contienda se desarrollará de manera diferente a otras elecciones norteamericanas. Tradicionalmente, en un país bipartidista como EU, los dos electorados se suelen encontrar relativamente definidos y el pleito se da en el centro, es decir, por aquellos votantes llamados indecisos o switchers. Los dos aspirantes buscan correr al centro y capturar a esos indecisos. Quien lo hace mejor gana.
Sin embargo, gracias a la tecnología de Big Data y de Analytics, y a la polarización del electorado norteamericano, se supone que ese electorado indeciso se redujo a tal grado que ya no se puede ganar una elección ahí. Y por tanto, la estrategia victoriosa necesariamente se centra en la participación electoral de la base propia, o de lo que aquí llamamos el voto duro. Toda la elección se reduce a la participación, o en el turn out. Parafraseando a James Carville, el asesor de la primera campaña de Bill Clinton, es el “turn out, estúpidos”.
Gracias a nuevas tecnologías y a modelos matemáticos cada vez más complejos, las campañas pueden ubicar perfectamente a cada votante perteneciente a su base histórica y definida: edad, género, nivel de ingreso, nivel educativo, origen étnico, religión, preferencias ideológicas, sexuales, culturales. Sabiendo entonces con precisión quienes pueden votar por el candidato, se trata de convencerlos de que acudan a las urnas. Si el trabajo técnico se hace bien, si la logística funciona y si el candidato despierta entusiasmo y pasión entre su electorado para que acuda a las casillas, se gana.
Por eso la campaña será intensa y estridente. No se trata de convencer a otros, se trata de movilizar a los propios. Entre más insultos a los mexicanos, musulmanes, chinos y otros enemigos de Trump que logren identificar, más probabilidades tendrá de ganar. En cambio, mientras más se cargue Hillary a hacer posiciones de izquierda que entusiasmen a sus votantes, mayores oportunidades tendrá. Estaremos ante una contienda conflictiva.
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