Jorge Castañeda
En materia económica, el crecimiento es igual de mediocre, solo que diez años más tarde y con una deuda pública creciente, un tipo de cambio volátil, una inflación que empieza a subir, un precio del petróleo caído, un gasto público en pleno recorte, y con los niveles más bajos de inversión pública desde hace más de medio siglo. La violencia ha vuelto a despuntar, como lo ha indicado Guillermo Valdés en estas páginas, acercándose a los números de 2012 solo que, de nuevo, 10 años después del inicio de la guerra de Calderón/Peña. Lo que Eduardo Guerrero, de Lantia Consultores, llama la conflictividad social ha aumentado enormemente en los últimos dos años, y no solo en los estados tradicionales.
La aprobación de Peña Nieto en las encuestas es la más baja… desde que existen encuestas en México, y lo que él mismo llama el mal humor social se ha diseminado a todos los sectores de la sociedad mexicana. La impopularidad presidencial ha hundido la popularidad de las reformas, cuyos efectos tardarán años en llegar. La confianza en las instituciones —todas— se encuentra en los suelos, y hasta las fuerzas armadas se dicen “desgastadas”. Hay focos rojos políticos con la CNTE y el SNTE en varios estados, en la frontera sur con los migrantes que entran y en la frontera norte con los que salen.
La corrupción no solo escandaliza e indigna, sino que se ha convertido en una maraña de problemas políticos en los estados y a escala federal. O las autoridades pertinentes encarcelan a los gobernadores y secretarios de Estado corruptos o que solaparon la corrupción, y le llueve a sus partidos y amigos; o los dejan libres, y le llueve a los nuevos gobernantes y a Peña por solapar la impunidad. Esta última se extiende al terreno de los derechos humanos, materia en la cual el país vive una crisis generalizada, de acuerdo con la opinión nacional e internacional.
El ámbito internacional, justamente, es también adverso. En parte por los graves errores de EPN —derechos humanos, corrupción, visita de Trump— pero también por una situación en sí misma conflictiva e imprevisible. Nunca antes el país había sido tan sensible y abierto a lo que sucede en el mundo, y tan poco preparado para responder a los nuevos retos externos, aun sin Trump, o los Castro, o Chávez, o una nueva crisis financiera.
Este es el México que recibirá López Obrador en 2018. No se necesita ser un analista de riesgo o una agencia calificadora para entender que esta vez el espacio para errarle será mucho más reducido. Aun para quienes piensen que AMLO ha madurado, o que se ha serenado y empieza a buscar a los empresarios para poder ganar y gobernar, es evidente que aquello que Lenin llamaba las “condiciones objetivas” en México serían difíciles para cualquiera, y sobre todo para alguien sin experiencia federal, internacional o financiera.
Y cuya visión del país, del mundo y de la sociedad en general pertenece a otra época. Por mi parte siempre he creído que el riesgo con AMLO no es el castro-chavismo, sino el echeverrismo y los quebrantos de López Portillo. Y justamente a ellos también les entregaron un México en llamas: a Echeverría el de Díaz Ordaz y el 68, y a López Portillo el de Echeverría, de la devaluación de 1976, el mini-maximato y los rumores de golpe de Estado del 20 de noviembre de ese año. Ambos le dieron inicialmente la vuelta a la catástrofe que recibieron, pero pagaron (pagamos todos) el costo de la forma en que lo hicieron. Ese es el peligro de AMLO .