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Las bodas ya no son lo que eran

La boda de Guatemala es la tercera del sexenio que acaba mal: dos de la 4T y una del peñato. La de Cesar Yañez en Puebla dio al traste con la participación pública en el gobierno de uno de los colaboradores más cercanos a Andrés Manuel López Obrador; la de la hija de Juan Collado fue seguida del exilio de Enrique Peña Nieto y del encarcelamiento del padre de la novia; y la de Santiago Nieto trajo consigo, por lo pronto, la renuncia/despido de la secretaria de turismo de la Ciudad de México y un regaño por parte de López Obrador, más lo que se acumule en los próximos días. Esta última boda me inspira dos reflexiones.

Ilustración: Gonzalo Tassier

La primera es que la clase política mexicana es, ha sido, y probablemente seguirá siendo increíblemente insensible. Recuerdo bien la ocasión, a finales del sexenio de José López Portillo, cuando el Profesor Carlos Hank, a la sazón regente de la ciudad, dio una tremenda fiesta de despedida para todo el gabinete y buena parte de esa clase política en Santiago Tianguistengo, haciendo caso omiso —él y todos los invitados— de la catástrofe que azotaba al país. Una muestra más de esta insensibilidad es que ninguno de aquellos que asistieron a la boda de la hija de Collado, incluyendo amigos míos, entendió que su presencia —y la misma boda— resultaba una imprudencia que sin duda ofendería a quienes creen en las teorías descabelladas de la 4T.

La boda de Antigua es igual o peor. No se trata de que los novios no tengan el derecho de casarse como quieran. Lo tienen, pero nadie los obliga a ejercer ese derecho, sobre todo cuando uno de ellos es funcionario de un gobierno que ve con muy malos ojos ese tipo de desplantes. Peor aún la insensibilidad de la pobre Secretaria de Turismo: al igual que a Lozoya con la cena en el Hunan, la boda le salió cara. Pero insensibilidad también de la Jefe de Gobierno, para quien trabajaba Paola Félix Díaz. O bien le dio permiso a su colaboradora para que acudiera al festejo, o bien no supo que lo iba a hacer, lo que implicaría que no le exige a sus colaboradores que pidan permiso en lugar de perdón cuando se trata de este tipo de actividades. En todo caso, el perdón no sirvió de nada. Cuando se contiende por la presidencia, el comportamiento de los colaboradores salpica.

Lo cual me lleva a una segunda reflexión. Supongo que son ciertas las explicaciones que Ealy Ortiz, presidente de El Universal, ofreció en una columna sin firma publicada en su diario, aunque me parece extraño que piense pagar por su tratamiento médico en Los Ángeles en efectivo. Allí se afirma que los 35 000 dólares cash fueron declarados a la salida de México —hacerlo es una obligación— y al aterrizar a Guatemala, salvo que por error se omitió el monto. Pero semejante tropezón —producto o bien de un pitazo o bien de la declaración de los pasajeros en el avión de Ealy— difícilmente podía permanecer secreto.

La cosa se ventaneó con gran celeridad. Quizá la filtración, denunciada elípticamente por Ealy Ortiz en la columna citada, fue un accidente o el producto de la travesura de un guatemalteco molesto o de un mexicano resentido. Quizás algún malqueriente de la candidata de López Obrador lo filtró a la prensa mexicana —es decir: a Reforma— porque sabía que en el avión viajaban varios personajes de la clase política. ¿Quién podría ser? Tal vez —es sólo una hipótesis— un funcionario mexicano que asistió a la boda, en compañía de su esposa, la gobernadora de Campeche. Ese funcionario, de nombre Romeo Ruiz Armento, es el embajador de México en Guatemala, y su obligación es reportar este tipo de sucesos a su jefe. 

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