Se ha desatado la especulación en el seno de la comentocracia sobre la decisión de Citibank de vender Banamex. Con razón: se trata de un acontecimiento fundamental para el sistema financiero mexicano, y un indicador significativo de la confianza (o desconfianza) de los círculos inversionistas en la 4T y México. Muchos de los análisis se centran, justamente, en si se trata de un asunto de confianza o más bien de modelo de negocios, con frecuencia contraponiendo ambas tesis. Para seguir especulando, van algunas breves reflexiones sobre el tema.
Ilustración: Kathia Recio
Dejando a un lado las tonterías según las cuales la venta de Banamex es una gran noticia para México (igual a la idea de los tontos útiles que ahora que López Obrador tiene covid por segunda vez, se siente mejor que nunca), una primera discusión versa precisamente sobre las dos posibles explicaciones. Para algunos —sobre todo el gobierno y sus partidarios en la comunidad bancaria y empresarial (por lo menos en público)—, la decisión de Nueva York encaja perfectamente dentro del nuevo esquema de negocios adoptado por Jane Fraser, la nueva directora del banco norteamericano, de retirarse en parte de la banca de menudeo y del exterior para concentrarse sus esfuerzos en mejorar su balance y el precio de su acción mediante una mayor huella en Estados Unidos. Para otros, el anuncio es un claro indicador de la falta de confianza en el crecimiento económico, el consumo, y la bancarización en México. Aunque Citibanamex le genera entre 11 y 12 % de sus utilidades anuales a Citi, prefirieron salirse de México debido a las sombrías perspectivas del país bajo la 4T.
En realidad las dos explicaciones no se contradicen necesariamente. Es innegable que Citi ha emprendido un cambio de modelo de negocios, y que ha cerrado operaciones de menudeo en varios países de Asia y Europa Oriental. Vender México formaría parte de ese esquema. Pero también es cierto que en la reunión de Consejo donde Fraser planteó su propuesta de cerrar México, alguien hubiera podido objetar lo siguiente: “Llevamos casi 100 años en México, resistimos a los vendavales de la Gran Depresión, del cardenismo, de Echeverría y la nacionalización de la banca, a los escándalos de Raúl Salinas y Oceanografía, México es nuestro ‘cash cow‘, hagamos una excepción en este caso, por legacy y por México”. Y Fraser podría haber contestado que en teoría se justificaría una excepción por esos motivos, pero la situación económica y política de México constituye un factor adicional para no hacerla.
Una segunda especulación se refiere a lo que varios analistas subrayaron con cierta perplejidad: el anuncio de una venta sin el anuncio del comprador. Según ellos, y algunas fuentes bancarias, es preferible hacer público el paquete entero, y si no fue el caso, o bien se debió a un problema de tiempos, o a que Citi no encontró rápidamente a una adquiriente que pagara lo que pedía Nueva York. Esto se relaciona con lo que sugiere el comunicado de Hacienda y la entrevista concedida por el titular de Hacienda a Bloomberg. Se entiende que la misma Jane Fraser, durante su visita a México en agosto del año pasado, le informó a López Obrador de su decisión. Además de la discreción admirable de los mexicanos en guardar el secreto durante casi cinco meses, uno puede preguntarse si en verdad ni Palacio ni Hacienda ni Citibanamex ni CitiGroup buscaron en ese lapso —en vano— un comprador aceptable. Hallarlo les hubiera evitado el anuncio incompleto, la incertidumbre actual, y el chismerío sobre los posibles tiradores.
Lo cual nos conduce a una última especulación. Ya López Obrador dijo lo que todos sospechábamos: al igual que Carlos Salinas desde hace años, piensa que hay que “mexicanizar” la banca; fue un error extranjerizarla tanto. Banamex no será vendido a un banco extranjero, con o sin presencia actual en México. Pero tampoco abundan las opciones nacionales. El “factor concentración” de una parte de las operaciones bancarias, o la totalidad de las mismas, probablemente excluye a Banorte. El segundo banco del país compraría al tercero, cuarto o quinto, según el criterio de medición. Sobre todo, la fusión de Afore 21 de Banorte (la más grande del país) y de Afore Banamex (la segunda) crearía una concentración inaceptable para la Cofece, la Consar y hasta para Hacienda.
Todos, incluyendo a AMLO, mencionan desde luego a Carlos Slim. Aunque no habría problema de concentración bancaria, sí lo habría de concentración de poder. Uno puede preguntarse incluso si el ingeniero tendría interés en lanzarse en una aventura de esta envergadura a estas alturas. Recordemos que Inbursa, más que un banco, es la family office del Grupo Carso. Lo cual nos deja a Ricardo Salinas, el tirador más factible, aunque sólo fuera por default.
Arrastra dos retos. En primer lugar, aun si como parece claramente el caso, los reguladores de Estados Unidos no tienen que aprobar al comprador, podría haber cuestionamientos de accionistas de Citi u objeciones de carácter reputacional en Estados Unidos, debido al historial del dueño de Azteca en ese país. En segundo lugar, aunque sea el segundo o tercer hombre más rico de México, no le alcanza solo. Tendría que apalancarse considerablemente, al son de unos 6 a 8 mil millones de dólares. De nuevo se puede uno preguntar si bancos mexicanos o norteamericanos le prestarían esa cantidad al del Ajusco, después de todos los puentes que ha quemado.
Seguiremos especulando: aquí, no en los mercados, porque no nos alcanza.