Donald Trump no dijo nada nuevo en su evento del domingo a propósito de su intercambio con el Secretario de Relaciones Exteriores de López Obrador. Ya sabíamos, porque fue público, que amenazó con imponerle a México un arancel de 25 %; es decir: 5 % al mes, durante cinco meses, si México no aceptaba tanto el despliegue de una importante cantidad de tropas —según Trump 28 000— en las fronteras norte y sur del país para impedir el paso de los centroamericanos y otros migrantes, y en la postura de Permanecer en México o Remain in Mexico, que siempre fue descrito por todo el mundo como un tercer país seguro de facto. La novedad consiste obviamente en el tono despectivo que utilizó Trump frente a las autoridades mexicanas y la versión que él quiere dar de cómo las trató.
Trump no está especialmente en campaña por las elecciones de medio periodo en Estados Unidos. Para empezar esa campaña no ha comenzado; en segundo lugar, es un asunto estrictamente interno del Partido Republicano por ahora; y, sobre todo, Trump está en una campaña permanente para tratar de volver a la Casa Blanca en el 2024. En eso López Obrador, para variar, miente. Lo que sí es real es que no se le puede creer tal cual a Trump todo lo que dice. Es especialmente hablador, incluso para el presidente de Estados Unidos o el de México. Por lo tanto, debemos tomar la versión de Trump sobre el intercambio con los mexicanos con uno o varios granos de sal.
Pero lo que sí resulta preocupante, es la afirmación por parte del expresidente de Estados Unidos de que el lado mexicano aceptó de inmediato su exigencia o se doblegó de inmediato ante su amenaza. No hay manera de saber si eso es cierto porque las autoridades mexicanas, empezando por el secretario de Relaciones, no divulgan nunca nada porque pueden darse el lujo de no divulgar nunca nada. Según la versión de Trump ante su amenaza, la parte mexicana inmediatamente accedió a sus exigencias. No pidió tiempo para consultar, en este caso Ebrard con López Obrador, no reviró con una contra propuesta o siquiera una inconformidad por el tono o la manera de llevar la relación a través de amenazas o chantajes; ni siquiera se pidió tiempo para reflexionar y en su caso volver con una contrapropuesta. Insisto: no es evidente que la versión de Trump sea verídica. Es posible que haya sucedido otra cosa, en cuyo caso sería interesante que López Obrador, que habla tanto sobre tantas cosas, que también hablara sobre esto.
Lo que es un hecho es que México sí le hizo el trabajo sucio a Estados Unidos desde ese momento. Y lo sigue haciendo ahora con Biden. El hecho es que la postura del Remain in Mexico o Permanecer en México equivale a un tercer país seguro de facto, y México accedió a eso sin recibir nada a cambio. En varias ocasiones, varios especialistas hemos recurrido a la analogía con el acuerdo que se logró entre el presidente Erdogan de Turquía y la Unión Europea, en particular con Angela Merkel, hace unos años. Turquía recibió una enorme cantidad de dinero —dos paquetes de 6000 millones de dólares—, a cambio de aceptar un gran número de refugiados sirios y afganos en su territorio. También obtuvo alguna concesión en materia de visas para sus ciudadanos en la Unión Europea. México, en apariencia, no pidió nada de parte de Estados Unidos salvo que Trump no impusiera los aranceles en cuestión; en una de esas hubiera sido deseable pagar por ver.
¿Por ver qué? Ver si los aranceles eran legales con el TLC; ver si el Congreso aceptaba que así fuera; ver qué tipo de respuesta habría por parte de empresas norteamericanas, en particular las automotrices —Trump las menciónó específicamente el domingo—; ver qué reacción habría de los medios, de la academia, de la sociedad civil norteamericana. Digo que México en apariencia no recibió nada, pero en realidad López Obrador consiguió algo muy importante, que tal vez negoció Ebrard o tal vez simplemente sucedió sin un intercambio explícito al respecto. Me refiero a que Estados Unidos se hiciera de la vista gorda ante todas las posibles violaciones al entendimiento entre los dos países sobre una gran cantidad de temas.
En efecto, tanto Trump como Biden le han dado un cheque en blanco a López Obrador hasta hace muy poco tiempo en materia de Estado de derecho; de protección de inversiones estadunidenses en México; de democracia; de violaciones a los derechos humanos; de libertad de prensa; de combate al narcotráfico; de relaciones de seguridad; de ser amiguito de los cubanos, venezolanos y demás bolivarianos; de incluso invocar un principio de neutralidad antes de la invasión rusa de Ucrania. No es poca cosa. López Obrador consiguió lo que muchos países quisieran: a cambio de hacer el trabajo sucio para Estados Unidos —en un punto específico que además no le cuesta tanto a México porque a los mexicanos no les molesta el maltrato a los migrantes centroamericanos, cubanos, ecuatorianos, etcétera—, poder hacer más o menos lo que se le dé su regalada gana en lo interno. Ese fue el pacto faustiano de López Obrador con Trump y con Biden. A eso no se refiere Trump porque muy posiblemente ni lo entendió así. Pero así fue. Y de ser el caso es importante aceptar que fue un gran acierto tanto de López Obrador como de Ebrard lograr alcanzar ese objetivo. Acierto para ellos; no necesariamente para México.