Aprovecho los comentarios de López Obrador relativos a mi persona el día de ayer para extenderle dos agradecimientos. En primer lugar, que me haya mencionado tan pocas veces durante su sexenio. Para muchos —y con razón— el ser objeto de sus diatribas mañaneras es una medalla de orgullo; para mí no. El ser atacado por López Obrador en público tiene consecuencias negativas y en ocasiones dolorosas para sus víctimas. Su silencio, en lo que a mí se refiere, me ha permitido mantener algunos de mis espacios en medios, la frecuencia y las tarifas de mis conferencias y no ser estigmatizado por algunos sectores lopezobradoristas. Prefiero mil veces su indiferencia que su odio, al contrario de lo que diría Julio Jaramillo. En segundo lugar, le agradezco que por lo menos en un momento de su conferencia de ayer se refirió a mí por mi nombre de pila, como lo ha hecho desde que nos conocimos en 1988 en Tabasco. Aunque siguió desde luego criticando y hasta tratando de ofenderme, el gesto me transmite cierta cordialidad o amabilidad por lo menos.
Todo lo cual no quita que en los escasos minutos que me dedicó haya podido pronunciar una buena cantidad de mentiras, como es su costumbre a propósito de todo. Las enumero muy rápidamente. Primero, obviamente nunca quise ser guerrillero —no estoy loco— y nunca entrené en Cuba. Mandé publicar por el diario Reforma en el 2002 una foto que un amigo me tomó en Punto Cero, en las afueras de La Habana, disparando cuernos de chivo para divertirnos en un campo de tiro del ejército cubano, durante una visita que realizó mi padre, siendo en ese momento secretario de Relaciones Exteriores, a Cuba. Mandé publicar la foto porque sabía que los cubanos lo iban a hacer si no la divulgaba yo, y porque estaba convencido de que diversos malquerientes, con buena o mala fe, iban a tratar de sacar raja del asunto. Como lo hizo ayer López Obrador.
En segundo lugar, lo que dije en torno a su campaña presidencial de 2006, en un banquetazo en Chihuahua, fue que había que pararlo por las buenas o por las malas; jamás dije que había que matarlo ni mucho menos. Reconocí días después que cometí un error al no agregar que eso debía de hacerse dentro de la ley. No hay ni más ni menos que agregar al respecto.
No miente sobre que estuve al lado del presidente Fox cuando llevó a cabo la conversación con Fidel Castro, pero se equivoca si cree que es una crítica que me afecte. A mucha honra, le dijimos al dictador cubano que no era bienvenido en México más allá del tiempo que lo exigía su participación en una conferencia de Naciones Unidas, no de México. De la misma manera que López Obrador originalmente no quiso entregarle la presidencia pro tempore a Perú porque no quería saludar ni ver a la presidenta Dina Boluarte, considerándola una dictadora o usurpadora, nosotros no quisimos tener más tiempo en México a Fidel Castro por considerarlo un dictador sanguinario. López Obrador también adujo no querer ir a la conferencia de APEC en San Francisco hace pocos meses para no tener que saludar a Boluarte; igual con Fidel Castro para gente que sí cree en la democracia, a diferencia de él.
Por último, afirma López Obrador que cree o sabe que soy amigo de Tim Golden. Siempre he respetado el trabajo de Golden cuando fue corresponsal de The New York Times en México pero, al contrario, no sólo no fuimos amigos cercanos, como sí lo he sido de muchos otros corresponsales desde los años setenta, sino que tuvimos diferendos importantes. Le reclamé en varias ocasiones su salinismo —en eso López Obrador, en mi opinión, tiene razón, pero su crítica es anacrónica— y en particular me pareció que, en vista de las divergencias privadas, pero también semipúblicas, que habíamos tenido Golden y yo, me pareció que debió haberse excusado de publicar una reseña de un libro mío en la revista de libros de su periódico, una reseña bastante crítica. Le tengo respeto al trabajo y a la trayectoria profesional de Golden, pero amigos nunca fuimos. Por cierto, de haber sido amigos, no tendría absolutamente nada de malo.
Lo importante, sin embargo, no radica en todo esto. La esencia de mi nota en nexos la semana pasada consiste en una serie de hechos que deben agregarse a lo que Golden y otros ya habían publicado a propósito de la posible entrega de recursos del crimen organizado a la campaña de López Obrador en 2006. Agregué, en esta nota y en una anterior, tres hechos. Los resumo y los repito. La investigación de la DEA no concluyó; fue interrumpida, por razones políticas, en 2011. En segundo lugar, altos funcionarios de la embajada de Estados Unidos en aquella época, en 2009, compartieron conmigo su certeza de que el plantón de López Obrador en Reforma había sido financiado por el narco. Y tercero, no conocemos la totalidad de los resultados de la investigación de la DEA hasta que fue interrumpida. Sólo entonces tendremos una idea de lo que realmente investigaron y realmente supieron.