Ícono del sitio Jorge Castañeda

Un debate diferente

Eduardo Porter, un chihuahuense exiliado a la Ciudad de México, luego a Nueva York, y excepcional editorialista del New York Times, enseguida de Bloomberg, después del Washington Post, escribe ahora una columna notable y de sumo interés en The Financial Times. Sostiene que los aranceles impuestos por el gobierno de Sheinbaum a productos provenientes de países con los que México no ha celebrado acuerdos de libre comercio –ante todo China y Corea del Sur– constituyen un regreso al famoso ISI: import substitution industrialization, o la industrialización vía la sustitución de importaciones.

Aunque subraya la semejanza entre estas medidas y las políticas de los años setenta, reconoce que en realidad ISI se remonta por lo menos a la década de los cincuenta, y la prominencia de las tesis de Raúl Prébisch, en aquel entonces director de la Cepal. Reitera las críticas ya conocidas al esquema de proteccionismo, ineficiencia, falta de competitividad, subsidios, clientelismo, corrupción; y remata su andanada con el colapso y la desaparición del modelo en México en 1982, y en toda América Latina –salvo parcialmente en Brasil– en los meses y años subsiguientes.

Es cierto que Sheinbaum, diga lo que diga, no impuso los aranceles para proteger a industrias mexicanas, aunque en efecto esa puede constituir una de las consecuencias de la medida. Lo hizo porque Trump lo exigió como condición para no generalizar los, ya de por si numerosos aranceles impuestos a México (acero, aluminio, camiones, jitomates, autopartes y contenido no mexicano de automóviles, muebles tapizados, muebles de cocina, madera, entre otros) y para emprender una renegociación del T-MEC en condiciones menos desfavorables. Y hay que reconocer que más allá de sus convicciones profundas, Sheinbaum no ha incluido en sus críticas a la “noche neoliberal” una explícita nostalgia por ISI.

Asimismo, como lo acepta Porter, ella podría argumentar que los resultados de las reformas estructurales en México –desde la entrada al GATT en 1986 hasta 2018– no entregaron los resultados esperados. Porter cita cifras desconcertantes: a lo largo de los 39 años entre 1986 y 2025, México creció menos que el promedio mundial durante 28 años. Y desde que entró en vigor el TLCAN en 1994 y hasta 2024, sólo creció por arriba del promedio mundial durante siete años.

Algunos partidarios de los aranceles a China afirman, con algo de razón, que frente a una economía que subsidia masivamente automóviles, paneles solares, turbinas para energía eólica y múltiples otros bienes manufacturados, no se puede “jugar limpio”. Ya vimos como los carros chinos conquistaron casi la cuarta parte del mercado mexicano en menos de cinco años. Mantener la apertura frente a las prácticas desleales de Beijing parecería ingenuo.

Conviene también mencionar, sin embargo, que la historia económica de ISI no es exactamente la que describe Porter. En realidad, países como México, Brasil y Argentina empezaron a sustituir importaciones desde mucho antes. Lo hacían como monsieur Jourdain, el Bourgeois Gentilhomme de Molière, que escribía prosa sin saberlo: en los hechos, sin mayor conciencia o premeditación. En Sao Paulo, en Buenos Aires, en México y Monterrey, desde la Primera Guerra Mundial, durante la Depresión y la Segunda Guerra, se llevó a cabo un proceso de industrialización que sustituía las compras en el exterior vueltas imposibles, por una razón u otra. Nadie lo hacía a propósito; sucedía por la propia lógica del mercado. De suerte que la Cepal y Prébisch sólo teorizaron e idealizaron un proceso ya en marcha.

Por último, discrepo en parte del balance de Porter. Concluye que el modelo de ISI estaba condenado a fracasar, y que nunca funcionó. Creo que no es del todo cierto. Sí quemaba dólares a lo bestia, sí requería de enormes volúmenes de financiamiento externo, y sí se volvió insostenible a partir de las alzas de tasas de Paul Volcker en 1980. Pero no estoy convencido que no haya funcionado durante varios decenios, creando las clases medias y obreras de estos países, aunque agravando la enorme desigualdad que arrastraban desde la Colonia. Simplificar las cosas y pretender que el modelo estaba viciado de origen, en lugar de atribuir su agotamiento en agosto de 1982 a un cúmulo de factores tanto históricos como coyunturales, puede alimentar las ilusiones de los nuevos cepalinos mexicanos. Los podría inducir a creer que protegiendo industrias como la textil, la automotriz, el calzado, los juguetes, entre otros, van a mejorar el nivel de vida de los mexicanos. Además de revertir cuarenta años de la tendencia contraria, tal vez los conduzca a idealizar una historia más compleja, contradictoria y enigmática de lo que piensa Porter. 

Pero pone el dedo en la llaga: este es el tipo de debate que debiera llevarse a cabo en México hoy, y no tanto si Adán Augusto es ganadero o no. En fin… gracias, Eduardo.

Salir de la versión móvil