Jorge G. Castañeda
El tema de los indecisos obsesiona a los políticos y a los encuestadores. La razón es sencilla, y no se requiere de un conocimiento especializado en la materia para comprenderla. En la mayoría de las encuestas que se publican o que circulan en privado, el número de personas que responden con un “No sé” o “Prefiero no contestar” a la pregunta de por quién piensan votar, varía entre un 10% (Massive Caller, por ejemplo) hasta 38% en Reforma.
Las encuestadoras reaccionan de tres maneras ante los llamados indecisos. Unas los reparten (digamos, transformando el 80% que dio preferencia de voto, en 100%), de varias maneras (la llamada votación efectiva); otras los dejan, por así decirlo, intactos, y publican los datos de intención electoral junto con los indecisos (la llamada votación bruta). Las dos principales formas de distribuirlos son: en la misma proporción que los que sí manifestaron una preferencia (una simple operación aritmética), o “modelando”. Esto último significa tomar en consideración una serie de factores (antecedentes históricos, alguna pregunta previa a la que sí respondieron los “indecisos”, etc.). Así se obtiene, según estos expertos, una idea más precisa de cómo votaría la totalidad de los electores reales si ese día tuvieran lugar los comicios.
Además de los indecisos, en esta elección mexicana figura un número excepcionalmente elevado, parece, de rechazos. Se trata de entrevistados en potencia, seleccionados según el método utilizado por la encuestadora, que se negaron a responder el cuestionario (los que no abren la puerta o la cierran, en términos figurativos). Normalmente, cada visitante de vivienda debe entonces buscar y encontrar un sustituto que reviste las mismas características demográficas y socioeconómicas que el “rechazante”. En ocasiones lo hacen, en ocasiones no. En México hoy el rechazo alcanza, según algunas encuestadoras, entre 30 y hasta 50% (en Estados Unidos, para encuestas telefónicas con líneas fijas en los años noventa, las tasas de rechazo eran un poco más elevadas).
Ahora bien, han proliferado las “teorías’ o explicaciones posibles a propósito de la inclinación de los indecisos y “rechazantes”. De los segundos, en muchos casos pueden ser personas que simplemente no van a votar, les repugna la política, les resulta indiferente, o no tienen idea de qué va. A la inversa, de acuerdo con otras tesis, quizás constituyen una reserva de voto indignado, iracundo y a la vez atemorizado por “la mafia del poder”, que van a sufragar por AMLO pero no aceptan decirlo por pensar que las encuestas forman parte del bando enemigo. Difícilmente pueden encerrar un voto escondido antiMorena.
Los indecisos, sí. En el 2000, aquellos presentes en las encuestas al final de la campaña se inclinaron por Fox en una proporción mucho más alta que los “decididos”, dándole la victoria. Esta vez, se supone, no son partidarios del opositor puntero, ya que no existen motivos para disimular un voto por Andrés Manuel.
Varios especialistas creen ubicarlos en el Frente o en el PRI, por motivos parecidos, aunque en direcciones distintas. Los más, sienten que se trata de electores antiAMLO inconfesos, que votarán por el segundo lugar, cualquiera que este sea, es decir, serán sufragios a favor de Anaya que prefieren ocultar su sentimiento contra Morena ante el encuestador.
Otros, claramente partidarios de Meade, han re-resucitado una tesis que llegó a llamarse el “efecto Bradley”. Este fue alcalde de Los Ángeles y después buscó ser gobernador de California. Perdió en dos ocasiones, aunque las encuestas lo daban por ganador. El motivo del error: resultaba “políticamente incorrecto” o vergonzoso, para un votante blanco liberal, reconocer que jamás votaría por un negro. Al encuestador le decían una cosa, y al llegar a las urnas, hacían otra. Algunos partidarios del candidato del PRI sugieren que puede haber un voto proMeade escondido entre los indecisos, a quienes les da vergüenza revelar que votarán por ese partido, pero que lo harán “porque es el mejor”.
Detrás de toda esta especulación yace mucho “wishful thinking”. No quita que parece imperar un cierto enigma nuevo en el comportamiento del electorado mexicano, que aún puede incidir en el resultado. Seguramente en los días venideros los propios encuestadores nos ilustrarán al respecto.