El lunes, Karla Quintana, la responsable de la Comisión Nacional de Búsqueda, reveló que la cifra de desaparecidos en México durante las últimas seis décadas era sustancialmente más elevada de lo que se había calculado antes. Anunció que entre 1964 y 2019 la cifra alcanzó un total escalofriante de 61 637 personas, en lugar de los 40 y pico mil que este gobierno había estimado hace un año, y superior también a las cifras ofrecidas por el régimen anterior. La diferencia es de casi 50 %.
La prensa mexicana e internacional reprodujo la noticia con gran despliegue. El Universal, Excelsior y The Washington Post publicaron un dato aún más aterrador. En una de las gráficas medio escondidas de la presentación de Alejandro Encinas y de Karla Quintana —Personas desparecidas por año al 31 de diciembre— se presentan unas cifras insólitas. Entre los “años sesenta” —en alguna parte creo que se menciona el año 1964— y 2006, desaparecieron 1 777 personas, o aproximadamente el 2.6 % del total. Pero entre 2007 (incluido) a 2019, es decir, los años de la guerra de Calderón, Peña Nieto y López Obrador, desaparecieron 59 860 personas, es decir, un 97.3 %. De todas las desapariciones sucedidas en México durante los últimos 55 años, 97 % ocurrieron a partir de Calderón, y 3 % ocurrieron antes. Estas son las cifras de un gobierno de izquierda, popular, transformador, etc, etc, etc.
Ilustración: Estelí Meza
Saco dos conclusiones de estos números. La primera se refiere a un comparativo internacional. Chile casi inventó, en tiempos modernos, la idea y la realidad de las desapariciones forzadas como forma masiva de represión o asesinato. Cuando concluye la dictadura de Pinochet, se llevan a cabo varias investigaciones para tratar de encontrar por lo menos los restos de los desaparecidos, y para contabilizar el número de personas que padecieron ese horror. La Comisión Rettig en 1991 calculó unas 1 800 desapariciones entre 1973 y 1989, pero búsquedas posteriores arrojaron un total de 3 400.
En otras palabras, en Chile durante 16 años de dictadura, desaparecieron 17 veces menos personas que en México durante 13 años. Obviamente, el país sudamericano encierra una población mucho menor a la de México: en promedio durante los últimos 45 años, unas siete veces más pequeña. Si la hecatombe mexicana fuera igual a la tragedia chilena —que sería mucho decir—, habría siete veces más desapariciones, en el mismo número de años. Aquí hubo 17 veces más en tres años menos.
La segunda reflexión abarca la determinación de las causas de un desequilibrio de esa magnitud entre lo ocurrido antes de 2007, y después. He escuchado de todo. Los narcos se volvieron más violentos (¿por qué?); el país se volvió consumidor (los inventos de Medina Mora); todas las desapariciones son de narcos contra narcos o civiles, antes eran del ejército a “guerrilleros heroicos”; fueron los gringos (que se volvieron más malandros a partir de 2007; antes no lo eran tanto). Todo esto es ilógico y absurdo.
En el sentido más amplio, lo que importa no es quien desapareció a quien, ni por qué. Sólo cuenta la política pública puesta en práctica en coincidencia con la explosión de las desapariciones. El único cambio que se produjo en 2007, que elevó estratosféricamente el número de desapariciones forzadas, fue la declaración de guerra de Calderón. No hay ningún otro quiebre, ninguna otra ruptura en esas fechas, que podría explicar lo que sucedió. Es la causa madre, eficiente, omnímoda. Se puede pensar que fue preferible la guerra a las alternativas; que nos hubiera podido ir peor (no sé muy bien que sería peor que 60 000 desaparecidos), pero no que no se trata de una relación de causa y efecto. Los números y la coincidencia son simplemente abrumadores.