La herencia hispana en Estados Unidos es cada día más potente, omnipresente y… diversa. Los números son bien conocidos y no tiene sentido repetirlos aquí. Para qué aburrir al lector con estadísticas que solo reflejan las impresiones que cualquiera puede recabar en las calles, las escuelas, las obras de construcción, los hoteles, los barrios inmensos de megalópolis innumerables, en las universidades y las florerías, en las tiendas y en el transporte público. Quisiera comentar brevemente los tres atributos mencionados: potencia, omnipresencia y diversidad.
La comunidad hispana de Estados Unidos ha adquirido una potencia a lo largo de los últimos 20 años que quizás no se había contemplado con claridad antes. Se trata, desde luego, de una fuerza política. Cada vez hay más votantes hispanos, más funcionarios hispanos elegidos en todos los niveles, cada vez más empleados públicos hispanos en los tres niveles de Gobierno. Simplemente, por inercia aritmética –esto es, la suma de los nuevos flujos migratorios y las naturalizaciones de quienes llegaron antes–, estas cifras seguirán creciendo. Pero, además, la fortaleza de la presencia hispana no se limita al ámbito político.
Se trata también de una fuerza económica que, si bien es difícil de medir, parece haber alcanzado dimensiones ya considerables. En México se solía decir que el PIB mexicano y mexicano-estadounidense en Estados Unidos superaba el de su país de origen. Lo que sí sabemos es que la presencia hispana en los estados más ricos y poblados del país –California, Texas, Florida, Illinois y Nueva York–, así como en los más dinámicos –como Arizona– es cada vez mayor. Por lo tanto, el número y el tamaño de las empresas propiedad de hispanos debe ser también cada vez más grande, tanto en términos absolutos como relativos.
Sin embargo, la herencia hispana en Estados Unidos tal vez reviste su mayor efecto en la cultura. Una serie de expresiones de la cultura hispana –que como veremos, es mucho más diversa de lo que una sola palabra puede reflejar– se encuentra presente en casi todo el país, incluso donde la comunidad latina es relativamente pequeña. La gastronomía, el idioma, la música, los deportes, la literatura: todas estas expresiones de la cultura hispana ya han realizado el crossover, es decir, su incorporación a la cultura tradicional estadounidense sin perder sus orígenes o sus características especiales. A la larga, esta manifestación de la herencia hispana seguramente resultará ser la más trascendente, la de mayor impacto.
Junto con la potencia, la omnipresencia de la herencia hispana constituye uno de sus rasgos definitorios hoy en día. Durante una larga época, la presencia hispana en Estados Unidos se concentró en pocos espacios: estados como California y Texas, y ciudades como Miami, Nueva York y Chicago. Hoy, aunque estas localidades conservan su sabor latino, y lo han incluso acrecentado, la comunidad hispana se extiende a muchas más regiones de Estados Unidos. El número de mexicanos, en particular, se ha multiplicado a muchas ciudades o estados donde hace 30 años prácticamente no los había. Es el caso de estados como Nebraska, Georgia, Carolina del Norte, Nevada, Iowa, Arkansas y Wisconsin. Es fácil seguir la ruta de expansión. Simplemente al ver dónde el Gobierno mexicano abre nuevos consulados, puede uno entender a qué lugares distintos de los de antes llegan los migrantes del país vecino.
Los nuevos flujos de centroamericanos, ecuatorianos, venezolanos y ahora, otra vez, cubanos no necesariamente se concentran en las mismas regiones de antes. Los que salen de Puerto Rico se han dirigido en años recientes a la zona de Orlando, en Florida, por ejemplo. Los ecuatorianos han llegado a Nueva York, y ya no solo a Los Ángeles. Asimismo, la dispersión de la presencia hispana ha traído una extensión nacional de las expresiones latinas más conocidas. Univision, Goya y la MLS, por ejemplo, ya están presentes en todo el territorio estadounidense; son parte consustancial del paisaje entero de Estados Unidos.
Esto nos lleva a la tercera característica de la herencia hispana que queremos destacar. La diversidad se da dentro de cada nacionalidad, y desde luego, entre ellas. Los mexicanos, que representan todavía la mitad de los hispanos –de primera, segunda o tercera generación– en Estados Unidos, son cada vez más diversos. Si antes provenían en su mayoría de las zonas rurales de Jalisco, Guanajuato, Michoacán y Zacatecas, hoy muchos emigran desde zonas urbanas como la capital o de regiones del campo en otros estados: Puebla, Oaxaca, y Chiapas. Son de edades más variadas –no solo jóvenes– y con una proporción creciente de mujeres.
Nuevas olas se incorporan a la comunidad hispana en Estados Unidos. Los venezolanos representan el flujo reciente más conocido, pero de nuevo están llegando nicaragüenses, cubanos y haitianos. Traen consigo sus idiosincrasias, parecidas a las de los mexicanos o centroamericanos de los años 80 y 90 del siglo pasado, pero con sus diferencias. De la misma manera, los centroamericanos recién llegados son distintos a los que huyeron de las guerras civiles en El Salvador y Guatemala, y de la permanente crisis económica en Honduras.
Pero la diversidad no se limita al origen. La comunidad hispana ha visto agudizar sus inclinaciones políticas heterogéneas también, en años recientes. Los cubanos siempre fueron más bien conservadores y republicanos, los mexicanos más bien demócratas, pero esto ha cambiado. Varios sectores de origen mexicano en Texas han optado en los últimos años por la derecha del espectro electoral, mientras que candidatos presidenciales como Barack Obama pudieron ganar no solo en Florida, en general, sino en el condado Miami-Dade en particular. La homogeneidad electoral de la comunidad hispana se ha resquebrajado, aunque esto es más cierto en algunas regiones que en otras.
Lo mismo sucede con las opiniones que podríamos llamar culturales o sociales de esa comunidad. Sus puntos de vista sobre el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la educación, la salud y los impuestos se han dispersado. Ya no hay una uniformidad ideológica, como la hubo en parte anteriormente. Esto le da mayor riqueza a la presencia hispana, aunque también, tal vez, una menor influencia política o electoral como bloque. La herencia hispana se comienza a “americanizar” en cierto sentido: refleja cada vez más la pluralidad o la heterogeneidad de la sociedad estadounidense en su conjunto.
Este mes, la herencia hispana tiene mucho que festejar, aunque también debe lamentar el maltrato, en ocasiones cínico e inhumano, del que son víctimas cientos de miles de latinoamericanos que llegan a Estados Unidos buscando oportunidades. Con el tiempo, la potencia, la omnipresencia y la diversidad latina lograrán impedir excesos como los que vemos hoy. No falta mucho.