Ya arrancó la campaña presidencial de la candidata de la oposición, y pasado mañana arrancará la de la candidata del gobierno. Lo primero que debe quedarle claro a todo el mundo es que no se trata de una contienda entre dos figuras simétricas: Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum. Para nada. Henos aquí ante una competencia entre una coalición opositora con una figura que la encabeza, y el Estado mexicano.
López Obrador pondrá todos los recursos del Estado mexicano al servicio de la campaña de Sheinbaum. Todos los recursos: fiscales, mediáticos, humanos, logísticos y propagandísticos. No escatimará ningún esfuerzo para lograr la victoria de su delfina. Es importante entonces revisar las dos últimas veces en que de una manera o de otra sucedió lo mismo, aunque a una escala mucho menor, que en 2024.
La primera es la campaña de Fox en los años 1999-2000. Hasta poco antes de la elección, el presidente en funciones —Ernesto Zedillo— puso todos los recursos al servicio del candidato del PRI, Francisco Labastida. Recuerdo perfectamente cómo en una ocasión que fui a pasar un día con Zedillo a San Luis Potosí, regresé a la Ciudad de México en un avión del Estado Mayor Presidencial. Los medios masivos de comunicación estuvieron también totalmente a la disposición del candidato oficial, y lo mismo puede decirse de buena parte de la prensa, de los gobernadores estatales priistas, y de las grandes secretarías de Estado. En el año 2006, el propio Fox, en mucho menor medida —en parte por convicción, en parte por ineficiencia de su gobierno, en parte por desavenencias entre él y Calderón—, colocó lo que pudo de recursos estatales, y sobre todo de su propia capacidad proselitista, a favor del candidato de Acción Nacional. Las autoridades electorales determinaron posteriormente que así fue, aunque no en un grado suficiente para alterar el resultado de la elección.
De estas dos experiencias derivan dos lecciones. La primera es que, a pesar de todo ello, se puede ganar: Fox lo hizo y López Obrador casi lo logró, pero en términos estadísticos emparejó la votación. En otras palabras, cuando la gente está buscando algo, o está harta de algo, todo el apoyo estatal se vuelve redundante. Abundan los ejemplos en otros países —Nicaragua en 1990, Chile en 1988— donde la oposición da la sorpresa a pesar de la asimetría o la desigualdad radical entre su fuerza y la del Estado que tiene enfrente.
Pero es importante entender que si bien esto es posible, parte del instrumental necesario para lograrlo radica en la denuncia sistemática de cada abuso. He aquí la segunda lección. Fox y su equipo de campaña alertaban prácticamente todos los días de cada ejemplo de uso y abuso de los recursos estatales por parte de Labastida. También denunciaban la complicidad de los medios de comunicación. Todas estas denuncias, más bien de tipo propagandístico —no existían verdaderos recursos legales— fueron inútiles en el sentido de que no lograban emparejar el terreno disparejo. Pero generaban opinión pública, reticencias en algunos sectores, incluso miedo en otros. La denuncia sistemática es absolutamente indispensable para remontar el desequilibrio de origen.
Es cierto, como mucha gente en el ámbito del Frente Amplio lo sabe bien, que las denuncias y la insistencia en el hecho de que se trata de una elección de Estado puede desanimar a la gente. Afirmar todo el día, todos los días, que la contienda es entre una candidata y el Estado mexicano, puede transmitir una sensación de derrota, resignación e impotencia a los seguidores, simpatizantes y militantes opositores. Por ello es importante sostener siempre los dos discursos: la denuncia de la elección de Estado y la afirmación de que la victoria es factible.
Por lo mismo, es necesario generar un efecto de bola de nieve en la oposición. La consolidación definitiva y exitosa de la candidatura de Xóchitl, con todos los bemoles que se quieran a propósito del proceso de designación, puede echar a andar una dinámica de esta naturaleza. Ya comienza a suceder en Movimiento Ciudadano, primero con el deslinde de Alfaro y su grupo de Jalisco de las posiciones de Dante Delgado, y ahora con un deslinde muy parecido por parte de Agustín Basave y su grupo en Monterrey y Nuevo León. Son síntomas de esa tendencia. El Frente y el equipo de Xóchitl deben dedicarse a trabajar este efecto: para que la bola de nieve se vuelva una avalancha.