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Biden y Trump, López Obrador y Netanyahu

Hoy es el llamado “Supermartes” en Estados Unidos, el día en que se celebran primarias en quince estados, que probablemente definirán ya de manera final la candidatura de Donald Trump por el Partido Republicano. Aunque Biden va prácticamente solo en las primarias demócratas, la votación tendrá cierta relevancia, sobre todo en el estado de Minnesota que permitirá ver si los jóvenes, los afroamericanos, y algunos musulmanes de Somalia en las zonas de Minneapolis-Saint Paul, prefieren votar por delegados no comprometidos en lugar del presidente norteamericano.

Es probable que no existan en el mundo otros dos países para los cuales esta elección estadunidense sea más importante: México e Israel. Se podrá decir que para China cuenta mucho Estados Unidos, pero la diferencia entre Biden y Trump en esa materia es mínima; se podrá decir que para los países europeos miembros de la OTAN, y ahora más o menos unidos en su defensa de Ucrania contra la invasión rusa, la diferencia entre Trump y Biden sí sería grande; pero para nadie cuenta más que para México y para Israel. De ahí el famoso dicho atribuido a Porfirio Díaz: pobre Israel, tan cerca de Dios, pero tan lejos de Estados Unidos.

Ilustración: Jonathan Rosas

Por eso es interesante una tesis, meramente especulativa, sobre los paralelos entre la actitud de los dos gobiernos —de México y de Israel— sobre la elección norteamericana. Para nadie es un secreto que el primer ministro Benjamin Netanyahu prefiere que gane Trump. La ha llevado mal con Biden desde hace años, y se ha entendido muy bien con Trump también desde hace años. Trump trasladó la embajada norteamericana de Tel Aviv a Jerusalén, aceptó la extensión de los asentamientos israelíes en la rivera occidental, negoció y consumó los llamados “Acuerdos de Abraham” entre Israel, Marruecos y Emiratos Árabes Unidos, y su yerno, Jared Kushner —judío— es a la vez un gran amigo del gobernante real de Arabia Saudita —MBS— y muy cercano a todo el establishment conservador israelí, especialmente Netanyahu. Lo que es más difícil de afirmar, pero que parece muy probable, es que Netanyahu esté haciendo todo lo posible para que Trump gane. Y puede mucho.

Hay quienes sostienen, sin que sea absurdo, que lo único que le importa al primer ministro israelí es su propia sobrevivencia fuera de la cárcel, y que su actitud ante la situación en Gaza proviene exclusivamente de ese criterio. Yo no estoy totalmente seguro. No descarto que Netanyahu esté utilizando la guerra que libra Israel contra Hamás, y contra buena parte de la población civil en Gaza, para perjudicar lo más posible a Biden y de esa manera fortalecer a Trump. Prolongar la invasión israelí; posponer el cese al fuego; provocar al máximo a la opinión pública norteamericana para que Biden se deslinde de Israel, perdiendo el apoyo de la comunidad judía norteamericana; o que siga defendiendo a Israel y pierda entonces el voto de la pequeña comunidad árabe o musulmana de Estados Unidos que es importante en algunos estados, y en general manteniendo el ambiente de crisis que existe desde el 7 de octubre y la salvaje intervención de Hamás en Israel.

Sería bastante lógico, aunque cínico desde luego, que Netanyahu hiciera todo lo que esté a su alcance para ayudar a su amigo Trump. Para ello, dañar o perjudicar a Biden parece perfectamente razonable. Ya si eso le conviene al Estado de Israel a corto, mediano o largo plazo, o sólo a Netanyahu es otro asunto. De la misma manera se podría argumentar que López Obrador también prefiere a Trump sobre Biden y que, de ser el caso, haga lo que pueda dentro de ciertos límites para favorecer al expresidente. López Obrador siempre dijo que se entendía muy bien con Trump, y claramente su simpatía en la elección presidencial norteamericana de 2020 recayó en Trump. Fue a visitarlo a la Casa Blanca, se negó a felicitar a Biden hasta más de un mes después, apoyó por lo menos tácitamente y en ocasiones explícitamente la tesis del fraude electoral en contra de Trump, y ha seguido hablando bien de su exhomólogo.

Es cierto que Biden le ha hecho los mandados en muchas materias, y que López Obrador pudo reproducir su pacto faustiano y reprobable con Trump ya también con Biden. A cambio de hacerles el trabajo sucio a ambos en el tema migratorio, López Obrador logró que Biden se hiciera de la vista gorda en todos los demás temas bilaterales, con la excepción parcial del fentanilo, y que incluso se volterara por completo el embajador de Estados Unidos en México y se volviera más embajador de México en Estados Unidos. Pero me da la impresión de que en su corazoncito las preferencias de López Obrador van con Biden.

De ahí es sólo un pequeño salto —temerario ciertamente— pensar que López Obrador actuará para favorecer a Trump si la ocasión se le presenta. Por ahora no parece ser el caso. Cuando Biden le pidió en diciembre, en plena explosión de las cifras migratorias, que volviera a financiar el presupuesto del Instituto Nacional de Migración, que volviera a desplegar tropas en la frontera sur y norte, que volviera a establecer retenes en las carreteras, etcétera, y luego despachó a Blinken y a Mayorkas a la Ciudad de México para reiterar el mismo mensaje, López Obrador asintió. Y rápidamente las cifras descendieron casi a la mitad durante el mes de enero. No hay que olvidar, sin embargo, que enero siempre es un mes de menor migración, y que así como en esta ocasión las cifras bajaron porque López Obrador intensificó sus esfuerzos, pueden volver a subir ya sea porque reduzca su empeño, ya sea por motivos estacionales.

Pero no descarto que López Obrador abra de nuevo el grifo de venezolanos, cubanos, haitianos o ecuatorianos, y todos los que siguen cruzando por decenas de miles el Tapón del Darién entre Colombia y Panamá, y que cuando lleguen a México vuelvan a atiborrar las ciudades fronterizas mexicanas y los cruces transfonterizos norteamericanos. Eso sería fatal para Biden si ocurre en septiembre u octubre. Como ya he escrito aquí, sería un nuevo Mariel para Biden, igual de fatal para él que el de Fidel Castro para Jimmy Carter en 1980.

Extraño paralelo entonces entre México e Israel, de improbable materialización pero nunca imposible. No creo que el cinismo de López Obrador sea mayor que el de Netanyahu.

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