El presidente López Obrador anunció hoy en la mañana que México no castigará a Rusia con “medidas sancionatorias” como lo hacen otros países. Supongo que se refería a sanciones y en general a las medidas que han adoptado los países de occidente —Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea— y otros más —Japón, Australia, etc.— contra Rusia en materia financiera, comercial, turística, de eventos, tecnológica y de otras formas. Como todo en este gobierno, es posible que se trate simplemente de una reacción intempestiva de López Obrador —una ocurrencia más— o de una medida producto de cierta reflexión y discusión dentro de su gobierno. En cualquiera de ambos casos se trata de una decisión altamente discutible que probablemente acarree dificultades con Estados Unidos y con la Unión Europea, así como con ciertos sectores en México.
En teoría, como ha dicho Aguilar Camín, las sanciones, el voto en la ONU y la definición de México por parte de López Obrador en las mañaneras, son un paquete. No se trata de un menú de restaurante chino donde cada quien escoge una entrada, un plato fuerte y un postre, según se le ocurra. Es cierto, como ha dicho Javier Tello, que hay matices en las sanciones que aplican los distintos países: Estados Unidos y la Unión Europea, por el momento, han dejado fuera de las sanciones las compras de petróleo y de gas de Europa a Rusia. Y también es cierto que México tiene un comercio tan pequeño con Rusia, y flujos financieros y turísticos tan exiguos también, que en el fondo no importa mucho si México sigue a los demás países aplicando sanciones o no lo hace. Sin embargo, nada es tan sencillo y en los próximos días veremos si esta incongruencia de López Obrador encierra consecuencias para el país o no.
Una primera consecuencia es que alguna de las sanciones ya aplicadas por los países occidentales rigen en México, nos guste o no. Es el caso de la expulsión del mecanismo de mensajería financiera, Swift, para algunos bancos rusos. Obviamente los bancos de propiedad europea, norteamericana, canadiense o inglesa en México ya no utilizarán el Swift para transferencias con bancos rusos. Pero los cuatro o cinco bancos mexicanos que en teoría se encontrarían con la posibilidad de hacerlo tampoco podrían utilizar el mecanismo Swift porque está bloqueado para todos, no sólo para los países que así lo resolvieron. Algo parecido puede o no suceder con la congelación de los activos rusos depositados en bancos centrales o bancos privados en todo el mundo. Como se sabe, los 630 000 millones de dólares de reservas rusas, más lo que tenga el Fondo de Inversión Directa ruso, han sido congelados hoy por la mañana. Es de dudarse que haya activos del banco central ruso en Banco de México, pero no sería imposible que Rusia tratara de trasladar activos que no fueron congelados a Banxico, si Banxico no impone el congelamiento. No queda claro por lo demás si la decisión de López Obrador afecta al Banco de México o no.
Otras sanciones son obviamente de carácter simbólico, aunque existe el problema de la empresa petrolera Lukoil que desde hace algunos años obtuvo un lote en las aguas profundas del golfo de México; vendió parte de su concesión a la ENI italiana, pero sigue perforando y buscando petróleo en esas aguas mexicanas. ¿Se le va a permitir seguir operando? ¿Se le va a obligar a cerrar? ¿Se le va a pedir que abandone el país? No queda claro cuál sea exactamente la situación.
Existen dos razones que pudieran explicar la decisión estratégica de López Obrador en esta materia, si es que existe tal cosa. Una es el tema de las vacunas. Desde un principio, la Cancillería se jactó de haber enviado al titular a Moscú para conseguir vacunas Sputnik, que por cierto hasta la fecha no han sido certificadas ni por Estados Unidos ni por la Unión Europea y por lo tanto no son tomadas en cuenta en esos países, ni en Canadá ni en Japón.
Han llegado a México millones de vacunas Sputnik y han sido aplicadas en amplios sectores de la población. Probablemente constituyan una fuente adicional muy importante de vacunas para el proceso de la tercera dosis que está apenas en curso en el país. Si México aplicara sanciones, es de dudarse que Putin nos siguiera enviando Sputniks y sobre todo gratuitas, si es que alguna vez no nos cobró las vacunas que nos mandó. No se puede despreciar este factor en explicar las razones por las que tanto México como Brasil hayan decidido mantener una actitud, por lo menos en materia de sanciones, más pasiva y de neutralidad frente a la invasión rusa de Ucrania.
La segunda consideración es de orden histórico. Es bien sabido que México se opuso al embargo comercial y financiero de Estados Unidos a Cuba desde principios de los años sesenta, alegando el carácter contraproducente e injusto de dicha medida impuesta por el gobierno de Kennedy y mantenida hasta la fecha. Es cierto que López Obrador, además, se ha obsesionado especialmente con lo que él llama “el bloqueo” a Cuba, sin que nunca se haya entendido muy bien porque de repente le preocupa tanto, en vista que tiene más de sesenta años. Pero en todo caso le importa mucho. Sería un poco incongruente, por un lado, denunciar el llamado bloqueo a Cuba y, por el otro, aplicar sanciones a Rusia.
Pero de la misma manera hubiera sido incongruente oponerse a sanciones a Cuba en los años setenta, pero aplaudirlas o apoyarlas o aplicarlas a la dictadura de Pinochet en Chile, o al régimen del Apartheid de Sudáfrica. Es prácticamente imposible evitar el doble rasero en la discusión sobre sanciones, y en el gobierno y el entorno de López Obrador seguramente hay muchas personas que ven con horror el alineamiento de México con Estados Unidos en el Consejo de Seguridad, y peor aún la aplicación de sanciones contra el “enemigo de mi enemigo”.