Incluso dijo que el tema de la legalización del uso recreativo de la mariguana no está a discusión desde un punto de vista científico: “es menos dañina que el alcohol o el tabaco”. No puede uno más que congratularse de estas declaraciones de uno de los funcionarios más inteligentes y competentes de este gobierno (dicho esto por mí, desde mucho antes de que se pronunciara en este sentido).
¿Se puede hacer algo por el estilo? ¿Legalizar en Cancún y Riviera Maya, por un lado, y en Los Cabos por el otro? ¿Sin que se extienda la legalización de facto a otras zonas de los mismos estados u otros? ¿Hay precedentes nacionales o internacionales? ¿Cuál sería la justificación? De la Madrid deberá pronto dar respuesta a estas preguntas, sobre todo si su atrevida sugerencia fue realizada en consulta o acuerdo previo con su jefe.
En el caso de México, hace pocos años, cuando estaba en discusión la legalización de los casinos, se propuso permitirlos en ciertas zonas del país. Existe también el antecedente de las zonas libres, que desde que muchos éramos muy jóvenes, recordamos con nostalgia: La Paz, Cancún, Chetumal y varias otras pequeñas ciudades de la República, todas ellas viviendo un régimen de excepción.
En otros países del mundo existen fenómenos análogos. En Estados Unidos, son las llamadas “reservaciones” de los pueblos originarios de América del Norte, donde se permite y se alienta en condiciones de excepción la instalación de casinos. Lo mismo sucede con otros estados, como Nevada y Nueva Jersey. A priori, no hay ninguna razón para suponer que no se pudiera legalizar la producción, venta y consumo de mariguana en estas zonas del país sin extenderla necesariamente a otras. En el fondo, es lo que está sucediendo en Estados Unidos, donde ya casi una decena de estados han legalizado el uso recreativo de la mariguana, sin que necesariamente dicha legalización se extienda en los hechos a otros estados.
¿Quiénes consumirían esa mariguana? Primero, los habitantes de esos parajes que así desearan hacerlo: ni más ni menos de los que ya la consumen ahora. Aunque hubiera un pequeño aumento del consumo, la consiguiente disminución de la violencia, comprobada en muchos países del mundo después de una legalización de esta índole, bien valdría la pena. En segundo lugar, quizás, mexicanos de otras regiones del país que llegarían ahí, como Avándaro en 1971, a fumarse todo lo que se les pusiera al alcance de la mano. Pero en condiciones de legalidad, sin contacto con el mercado negro y con mucha vigilancia de por medio. Que estos jóvenes –porque eso serían– fumen ahí en lugar de sus propias localidades, no puede tener nada de grave.
Por último, desde luego, consumirían mariguana ahí los visitantes, 90% de los cuales son norteamericanos. Como dijo De la Madrid, visitantes que de todas maneras o traen su propia mariguana o la compran ahí, pero hasta hoy ilegalmente. ¿No es preferible que fuera a la luz del día y con la ley de su lado?