A finales del año 2000, el gobierno de Vicente Fox, recién instalado en el poder, decidió priorizar el tema migratorio en la relación con Estados Unidos. No descuidó otros pendientes de la agenda bilateral —el narcotráfico, el comercio, la seguridad, asuntos de países terceros— pero colocó en primer lugar la situación de millones de mexicanos sin papeles allende el Bravo, y de cientos de miles que cada año cruzaban la frontera sin autorización. Muchos en aquel momento discreparon de esa decisión, argumentando que resultaba preferible dejar el tema por la paz.
Como se sabe, no fue posible llegar a un acuerdo con Washington. Unos atribuyen el fracaso a la excesiva ambición del proyecto, otros al ataque a las Torres gemelas el 11 de septiembre; el hecho es que ni bilateralmente, ni como propuesta interna, se ha podido transformar el régimen migratorio norteamericano. George W. Bush lo intentó por su cuenta en dos ocasiones; Barack Obama en una, y Joe Biden de nuevo al comienzo de su administración. Ninguno de estos intentos prosperó. Pero el tema no solo no desapareció, sino que siguió creciendo.
Durante el primer decenio de este siglo, grandes números de mexicanos continuaron su éxodo hacia el norte. En 2014, Obama se aterró ante la llegada de decenas de miles de menores no acompañados a la frontera con México, y le suplicó a Enrique Peña Nieto que detuviera el flujo en el sur. Lo hizo, a cambio de nada. A partir de 2017, Donald Trump puso todo el énfasis de su gobierno en la migración, obligando a Peña Nieto, y después a Andrés Manuel López Obrador, a realizar el trabajo sucio de Estados Unidos. Los obligó a impedir el ingreso, tránsito y acercamiento a la frontera sur estadounidense de millones de centroamericanos, cubanos y haitianos, ecuatorianos y venezolanos, e incluso de migrantes de África y Asia. Hoy, Biden solicita una suma equivalente a su ayuda a Israel para fortalecer la frontera, y todos los candidatos a sucederle exigen muros, tropas, boyas, alambre de púas, perros y porras al extremismo.
López Obrador confirma lo que ha sido evidente hace más de veinte años. Convocó a una minicumbre de algunos países expulsores, atendida por las dictaduras y los gobernantes de izquierda, pero despreciada por otros, para dizque elaborar una propuesta migratoria que le entregará a Biden en noviembre. Más allá de los lugares comunes y las frases huecas de la doctrina Miss Universo de política exterior, y el magro contenido de la pomposa Declaración de Palenque, el hecho comprueba la centralidad del tema migratorio en la relación con Estados Unidos, y el papel decisivo que México puede desempeñar al respecto.
Al mismo tiempo, tanto la debilidad del documento emanado de la minicumbre, como las cifras más recientes de detenciones en la frontera entre México y Estados Unidos, ilustran la enorme complejidad del tema. Muestran cómo México ha sido arrinconado por Washington para volverse su muro, su policía migratoria y su sala de espera. En septiembre las autoridades migratorias norteamericanas detuvieron a 218 mil personas, la segunda cifra mensual más alta desde que se tiene registro. Por primera vez, los mexicanos fueron superados por venezolanos como la nacionalidad con mayor número de detenidos, aunque conviene recordar que los nacionales de otros países se entregan a la “migra”, mientras que los mexicanos huyen de ella. La cifra de mexicanos que intentaron salir del país entre octubre de 2022 y septiembre de 2023 y fueron aprehendidos alcanzó los 579 mil, muchos de ellos recidivistas. Para el mismo ejercicio estadounidense, el total de detenidos alcanzó la cifra estratosférica de 2.4 millones, la más elevada de la historia. Ante eso, la minicumbre de AMLO empalidece y sus banalidades -como el saludo a la bandera de apoyo a la dictadura cubana- solo entristecen.
La sociedad mexicana y su comentocracia esgrimen una gran indiferencia ante la tragedia migratoria. Las abundantes violaciones a los derechos humanos de los migrantes que pasan por México reciben escasa atención por parte de los medios. López Obrador comienza, al final de su mandato, a otorgarle importancia al fenómeno. En eso, por lo menos, él y Fox están de acuerdo.A finales del año 2000, el gobierno de Vicente Fox, recién instalado en el poder, decidió priorizar el tema migratorio en la relación con Estados Unidos. No descuidó otros pendientes de la agenda bilateral —el narcotráfico, el comercio, la seguridad, asuntos de países terceros— pero colocó en primer lugar la situación de millones de mexicanos sin papeles allende el Bravo, y de cientos de miles que cada año cruzaban la frontera sin autorización. Muchos en aquel momento discreparon de esa decisión, argumentando que resultaba preferible dejar el tema por la paz.
Como se sabe, no fue posible llegar a un acuerdo con Washington. Unos atribuyen el fracaso a la excesiva ambición del proyecto, otros al ataque a las Torres gemelas el 11 de septiembre; el hecho es que ni bilateralmente, ni como propuesta interna, se ha podido transformar el régimen migratorio norteamericano. George W. Bush lo intentó por su cuenta en dos ocasiones; Barack Obama en una, y Joe Biden de nuevo al comienzo de su administración. Ninguno de estos intentos prosperó. Pero el tema no solo no desapareció, sino que siguió creciendo.
Durante el primer decenio de este siglo, grandes números de mexicanos continuaron su éxodo hacia el norte. En 2014, Obama se aterró ante la llegada de decenas de miles de menores no acompañados a la frontera con México, y le suplicó a Enrique Peña Nieto que detuviera el flujo en el sur. Lo hizo, a cambio de nada. A partir de 2017, Donald Trump puso todo el énfasis de su gobierno en la migración, obligando a Peña Nieto, y después a Andrés Manuel López Obrador, a realizar el trabajo sucio de Estados Unidos. Los obligó a impedir el ingreso, tránsito y acercamiento a la frontera sur estadounidense de millones de centroamericanos, cubanos y haitianos, ecuatorianos y venezolanos, e incluso de migrantes de África y Asia. Hoy, Biden solicita una suma equivalente a su ayuda a Israel para fortalecer la frontera, y todos los candidatos a sucederle exigen muros, tropas, boyas, alambre de púas, perros y porras al extremismo.
López Obrador confirma lo que ha sido evidente hace más de veinte años. Convocó a una minicumbre de algunos países expulsores, atendida por las dictaduras y los gobernantes de izquierda, pero despreciada por otros, para dizque elaborar una propuesta migratoria que le entregará a Biden en noviembre. Más allá de los lugares comunes y las frases huecas de la doctrina Miss Universo de política exterior, y el magro contenido de la pomposa Declaración de Palenque, el hecho comprueba la centralidad del tema migratorio en la relación con Estados Unidos, y el papel decisivo que México puede desempeñar al respecto.
Al mismo tiempo, tanto la debilidad del documento emanado de la minicumbre, como las cifras más recientes de detenciones en la frontera entre México y Estados Unidos, ilustran la enorme complejidad del tema. Muestran cómo México ha sido arrinconado por Washington para volverse su muro, su policía migratoria y su sala de espera. En septiembre las autoridades migratorias norteamericanas detuvieron a 218 mil personas, la segunda cifra mensual más alta desde que se tiene registro. Por primera vez, los mexicanos fueron superados por venezolanos como la nacionalidad con mayor número de detenidos, aunque conviene recordar que los nacionales de otros países se entregan a la “migra”, mientras que los mexicanos huyen de ella. La cifra de mexicanos que intentaron salir del país entre octubre de 2022 y septiembre de 2023 y fueron aprehendidos alcanzó los 579 mil, muchos de ellos recidivistas. Para el mismo ejercicio estadounidense, el total de detenidos alcanzó la cifra estratosférica de 2.4 millones, la más elevada de la historia. Ante eso, la minicumbre de AMLO empalidece y sus banalidades -como el saludo a la bandera de apoyo a la dictadura cubana- solo entristecen.
La sociedad mexicana y su comentocracia esgrimen una gran indiferencia ante la tragedia migratoria. Las abundantes violaciones a los derechos humanos de los migrantes que pasan por México reciben escasa atención por parte de los medios. López Obrador comienza, al final de su mandato, a otorgarle importancia al fenómeno. En eso, por lo menos, él y Fox están de acuerdo.