La elección de Javier Milei a la presidencia de Argentina surtirá diversos efectos en su propio país: desde las consecuencias de un nuevo fracaso gubernamental -lo más probable- hasta un éxito inesperado de propuestas radicales, insólitas, experimentales. En el mundo habrá interés por conocer el destino de esas propuestas, sin más. Será en América Latina, sin embargo, donde se resentirán mayormente las consecuencias del triunfo del “libertario”, como se define a sí mismo, o del extremista e iconoclasta, como lo perciben muchos otros. Por eso, resulta interesante un análisis preliminar de las reacciones ya existentes y probables en otros países de la región frente a un acontecimiento imprevisto para varios gobernantes.
La primera respuesta latinoamericana tendió a ser de sorpresa y de decepción o malestar. Es lógico: la mayoría de los países más importantes de la región se encuentran gobernados por mandatarios y partidos autodenominados de izquierda, por lo tanto, más afines al peronismo. Muchos de ellos, como López Obrador, en México, y Lula, en Brasil, habían construido relaciones personales estrechas con Alberto Fernández, el presidente en funciones en Argentina. Y también muchos parecen haber creído en los analistas que pronosticaban una victoria de Sergio Massa, el candidato peronista. Por lo tanto, el desconcierto y el disgusto se generalizaron rápidamente.
Lula manifestó su desagrado, dentro de los cánones diplomáticos, y habría amenazado con no asistir a la toma de posesión de Milei, sobre todo si acudía Jair Bolsonaro, el expresidente brasileño. López Obrador consideró que el pueblo argentino anotó un “autogol”, y Gustavo Petro, de Colombia, lamentó que América Latina haya vivido un día “triste” al elegir a Milei. El chileno Gabriel Boric fue prudente, mientras que otros presidentes más desparpajados -Maduro en Venezuela, Díaz-Canel en Cuba- emitieron declaraciones altisonantes o simplemente permanecieron callados. Luis Lacalle Pou, el presidente de Uruguay, al contrario, felicitó a Milei por teléfono desde China, donde se encontraba en visita oficial.
La primera prueba de fuego será la toma de posesión de Milei el 10 de diciembre. Antes que nada, se verá cómo actúan los otros miembros de Mercosur, o los vecinos de Argentina. Brasil deberá decidir a quién envía. Para Lula, asistir junto con Bolsonaro se antoja imposible, aunque Milei le haya enviado una invitación formal; desistir del viaje, con motivo de todas las declaraciones virulentas de Milei contra el presidente de Brasil antes de su elección, le dificultaría a la diplomacia y el comercio brasileños un vínculo indispensable con el vecino. Además, la presencia del presidente Víktor Orban y de Santiago Abascal, los ultraderechistas de Hungría y VOX en España, seguramente no alentará a Lula a comparecer. Joe Biden y Andrés Manuel López Obrador ya declinaron la invitación, invocando problemas de agenda.
De los otros miembros plenos de Mercosur, Paraguay probablemente asistirá y el presidente de Bolivia, Luis Arce, según la prensa local, está revisando su agenda para ver si puede acudir; Boric ha anunciado su intención de viajar. La clave, sin embargo, residirá en la postura de Milei sobre el Mercosur; allí se encontrará con dos socios de izquierda -Brasil y Bolivia- y dos más bien de corte conservador -Uruguay y Paraguay. Por un lado, no debe complacerle mucho la idea de una asociación de ese tipo: durante la campaña afirmó que se trataba de una unión aduanera defectuosa que “perjudicaba a los argentinos de bien”. Por otro lado, a pesar de la casi permanente crisis del mecanismo, reviste una gran importancia para Buenos Aires, sobre todo en vista de las dificultades de cerrar acuerdos bilaterales de libre comercio con la Unión Europea, y la ausencia de perspectivas de cualquier negociación con Estados Unidos. La esperanza del equipo de Milei de que el convenio Mercosur-UE se firme pronto parece un poco ilusa.
Un segundo impacto latinoamericano de la elección de Milei se verá reflejado en los posibles cambios en la correlación de fuerzas en organismos regionales de corte político, como la OEA y la Celac. La preponderancia de gobiernos de izquierda en la región revitalizó a la Celac -a la que pertenecen Cuba, Venezuela y Nicaragua, pero no EE.UU. ni Canadá- y la postura favorable de Argentina contribuía en buena medida a su supuesto relanzamiento, justamente bajo la presidencia pro tempore del actual jefe de Estado, Alberto Fernández. Asimismo, en la OEA, la renuencia de Argentina de votar a favor de la aplicación de la Carta Democrática Interamericana a Nicaragua facilitó la composición de un bloque que vetara este procedimiento. Es probable que Milei vea con mejores ojos tal procedimiento con Nicaragua, aunque no tendría efectos, ya que el país dejó de pertenecer a la OEA el mes pasado. En todo caso, la relación bilateral entre ambos países no luce promisoria. A menos de una semana de la toma de posesión, el régimen de Ortega retiró a su embajador en Buenos Aires.
En términos generales, haciendo a un lado la estridencia de una parte y de otra durante la campaña argentina y ahora en la transición entre ambos gobiernos, es probable que Milei se separe del bloque de izquierda latinoamericano, sin confrontarse en lo bilateral con cada uno de los países. El cambio en el equilibrio regional es importante, aunque no decisivo. De la misma manera, la futura canciller Diana Modino ya dijo que Argentina no se uniría al Brics en un reciente trino de su cuenta de X, y parece factible que se retracte en alguna medida del apoyo de Fernández a Rusia poco antes de que estallara el conflicto con Ucrania. Digamos, Buenos Aires pasará de una afinidad con el bloque bolivariano de América Latina y su “no alineamiento activo”, en la expresión de Jorge Heine y Carlos Ominami, a una posición más cercana a Washington. No se trata de un asunto menor.