Desde hace seis años he discutido con mis amigos empresarios —y con otros, no tan amigos— cual podía ser la postura óptima del gremio ante la 4T. Compartí con ellos, en público y en privado, que en mi opinión, la viaje usanza mexicana de llevar la fiesta en paz, por lo menos en la arena pública, a reserva de manifestar desacuerdos o desencuentros radicales con López Obrador en el ámbito privado, no era una buena idea con este presidente. Al igual que frente a Biden, lo que no es público a López Obrador no le importa. El embajador de Washington o el ingeniero Slim pueden haberle dicho cien veces en almuerzos y reuniones que no estaban de acuerdo con tal o cual de sus decisiones, propuestas u ocurrencias. De nada serviría, pensaba yo. No se quien habrá tenido razón, Ken Salazar y el CCE o yo, pero en todo caso creo que hoy asistimos a un cambio de rumbo.
Ante la inminente e impresentable reforma judicial, el CCE y el Consejo Mexicano de Negocios (CMN) parecen haber decidido que ya no era sostenible su amable discreción, y han publicado sendas cartas demandando una interpretación democrática de la Constitución en lo tocante a la sobrerrepresentación y la asignación de diputados por el INE y el Tribunal Electoral. En dos palabras, que no haya sobrerrepresentación y mayoría calificada. Me congratulo de esta firmeza y claridad de los organismos empresariales, sobre todo a la luz de su reticencia de proceder de esta manera a lo largo de todo el sexenio.
López Obrador no tardó en responder: minutos después del comunicado del CCE, y escasas horas antes de la mañanera del martes para contestarle al CMN. Los tildó a todos de los peores epítetos, y en particular retó a los “cinco hombres más ricos de México” a que dieran su opinión. Buscó así dividir a los magnates, y poner en evidencia a varios: a Slim, para que se deslindara de los demás; a Ricardo Salinas, para que se desbocara, para variar; a Larrea, para pintar a todos los opositores a la sobrerrepresentación como verdaderos ogros empeñados en explotar y oprimir al sufrido pueblo mexicano. No descarto que algunos empresarios se desdigan ante tal virulencia, pero la mayoría, me imagino, se mantendrá solidaria con los colegas que aprobaron los pronunciamientos. Salinas ya respondió y se amarró a su dicho; veremos en las próximas horas qué sucede con los demás, ya sea los más ricos, ya sea, simplemente, los ricos.
No sé si este deslinde alcance a ser comparado con el de muchos empresarios durante el sexenio de Echeverría, a propósito del asesinato de Eugenio Garza Sada, o de la expropiación de tierras en Sinaloa, o de cualquiera de los arrebatos presidenciales de aquella época. En todo caso, he aquí un distanciamiento del más alto nivel empresarial con el régimen. Parece que se agotó el atole, del que les daban con el dedo.
Lo interesante reside en la naturaleza del desacuerdo. Los empresarios no expresan una divergencia sobre una decisión estrictamente gremial: impuestos, nacionalizaciones, aumentos de salarios. Se oponen a que Morena obtenga una mayoría calificada en la Cámara de Diputados vía la interpretación literal de la Carta Magna, porque se trata de la puerta por donde entrarán todas las reformas del Plan C. Entre ellas, desde luego, la del Poder Judicial y la de prisión preventiva oficiosa para delitos fiscales, a saber, las que más directamente incumben a los dueños de empresas.
Como era de esperarse, Claudia Sheinbaum adoptó la misma posición que AMLO, quizás con adjetivos menos estridentes. Pero de todas maneras resulta extraña su postura. En muchos ámbitos donde circulan personas afines a su círculo más cercano, se escuchan versiones según las cuales ella preferiría no disponer de la mayoría calificada para todas estas reformas —y otras más— pero no logra cuadrar el círculo. ¿Cómo hacerle saber a una tercia de consejeros o a un par de magistrados, que no vería con malos ojos que votaran en contra de la sobrerrepresentación, sin que AMLO se enterara, o le fueran con el chisme? O se encuentra ante un dilema hamletiano: encontrarse en contra de la mayoría calificada, pero a favor de las reformas que la requieren. ¿Estar o no estar?, diría el de Dinamarca (no el Ministro de Salud), en una mala traducción.
A Sheinbaum le conviene más un congreso propio, sin mayoría abultada: sería suyo. A AMLO, le conviene más la sobrerrepresentación: sería una Cámara propia. Ninguna de las soluciones es óptima para ambos. Pero la menos óptima para el país se reduce a la que los empresarios cuestionan. Ya era hora, pero en enhorabuena.