No existe ninguna certeza a propósito de la influencia de una nueva recesión económica de Estados Unidos, ni de que si esta se produjera nos afectará de modo automático, directo e inmediato, ni de que de haber una nueva desaceleración en la economía mexicana, ello repercutiría de manera significativa en las expectativas electorales del PAN y de Ernesto Cordero, en caso de que fuera su candidato.Pero obviamente los tres factores están vinculados, y el panorama político mexicano de hoy no es el mismo de hace algunos meses. En Estados Unidos se ha generado preocupación con la noticia de que la economía creció menos durante el primer semestre de este año que lo que se esperaba: apenas 1%. Si eso es así, es posible que la desaceleración mexicana que se vio ya en el segundo trimestre de 2011 haya sido un poco más grave de lo que se ha podido suponer. Estas noticias agudizan el nerviosismo de los norteamericanos y cuando allá se espantan, la economía mexicana se enferma. De modo que es muy posible que ya empiece a desacelerarse nuestra economía y que las perspectivas para el 2012 sean menores que las que se habían podido predecir.No es evidente que esto en automático perjudique al PAN o dañe a su candidato, si resultara ser el responsable de la economía. Pero obviamente es un obstáculo adicional. Es cierto que el gobierno tiene fichas, que en teoría esta vez podría impulsar un estímulo más vigoroso que en el 2009. También es cierto que en varios rubros como vivienda y salud no solo el PAN tiene buenas cuentas que entregar sino que parece alterar la percepción del electorado. El problema consiste en la dificultad de oponer a Enrique Peña Nieto, y su ventaja de 15 a 20 puntos en las encuestas, a un candidato responsable de una economía, que si bien habrá mejorado el nivel de vida de los mexicanos en los últimos 11 años no lo ha hecho en tiempos recientes e incluso quizás esté cayendo el nivel en el momento mismo de la campaña presidencial.A esto se suma la complicación de la coyuntura: gracias a la absurda legislación electoral después de la reforma del 2007, los candidatos que tienen niveles de reconocimiento más elevados disponen de una ventaja injusta. Algunos, como Peña Nieto y Marcelo Ebrad, pudieron darse a conocer usando los recursos de su cargo y promocionándose no como candidatos sino como mandatarios estatales. Santiago Creel y López Obrador a su vez contaron con la ventaja, también injusta, de haber logrado reconocimiento antes de dicha ley, el uno por haber sido secretario de Gobernación y el otro por haber sido nada más y nada menos que El Peje. Pero candidatos como Manlio Fabio Beltrones, Josefina Vázquez Mota, Ernesto Cordero y Alonso Lujambio difícilmente pueden alcanzar los niveles de los anteriores en vista de la nueva ley. Por tanto prefieren permanecer en sus cargos para promocionarse a través de sus logros e informes pero no como candidatos viles y llanos. Por consiguiente no quieren renunciar a esos cargos pero al mismo tiempo se vuelven vulnerables a los ataques y críticas de quienes sí renunciaron o de sus oponentes en general.Uno puede preguntarse cuál es la especialísima lógica mexicana de aprobar leyes aberrantes para luego encontrar fórmulas mágicas e ingeniosas de darles la vuelta. Probablemente sería más fácil usar el mismo ingenio y talento para aprobar leyes que sirvan y no dar tanto brinco estando tan parejo el suelo. Pero como esto ya sucedió, no parece haber buenas salidas para el supuesto candidato panista de Felipe Calderón: quedándose en el gabinete, como la posible crisis lo exige y como necesita hacerlo para estar en los medios y estar en el mismo nivel de sus rivales, le va a llover por todos lados a Cordero, y si renuncia, como teóricamente tenía previsto, parece que abdica de su responsabilidad como secretario de Hacienda en un momento especialmente crítico. A lo mejor a Calderón solo le están quedando dos cartas, Vázquez Mota y Creel. De ser así tendríamos muy pronto una nueva candidata oficial, y un nuevo hijo desobediente.