La semana pasada participé en un programa de tv junto con Héctor Aguilar Camín, Javier Tello y Leo Zuckermann dedicado a conversar con Peña Nieto sobre su libro México, la gran esperanza. Durante más de una hora platicamos con el ex gobernador sobre temas tan variados como la inversión privada en Pemex, la reelección de legisladores, la primaria de jornada completa, la Policía Nacional única y/o la guerra del narco. Fue un intercambio sustantivo, poco concluyente y revelador, por lo menos de una constante en la actuación política de Peña Nieto: por un lado busca proponer soluciones imaginativas y hasta iconoclastas (al menos en relación con su partido); y por otro, ya en el discurso público, matiza, relativiza y generaliza a tal punto cada una de sus propuestas escritas que una parte de su contenido queda impreciso.Es el caso, por ejemplo, de la inversión privada en Pemex. Es cierto que para un priista plantearlo, como lo hace en el libro y como lo ha hecho en Estados Unidos y en la prensa europea, representa un principio de ruptura a las posiciones tradicionales del PRI. Pero también es cierto que al posponer para después la cotización de Pemex en la bolsa de México y Nueva York, replicando el caso de Ecopetrol y Petrobras, excluye una parte importante de la misma propuesta. Lo que es seguro es que Peña Nieto dio la oportunidad de una discusión de sustancia con sus interlocutores y que fue anuente al planteamiento, moderado en el tono pero radical en el fondo, que se le hizo a saber: ¿cómo puede un priista rodeado de la vieja guardia y de nuevos aliados poner en práctica un programa reformador? La respuesta de Nixon en China no es mala (sólo un republicano conservador como Nixon hubiera podido hacer las paces con Mao) pero es insuficiente.Sin embargo, el objeto de esta reflexión no es Peña Nieto, ni Pemex, ni Nixon, ni los trolles de twitter indignados porque no quemamos en la hoguera a Peña Nieto. El objeto de esta reflexión es la gente de buena fe que puede pensar que fuimos "complacientes" o "lite" con el candidato del PRI. La pregunta que surge es como el viejo chiste judío de Nueva York: "How’s your wife? Compared to what?" (¿cómo está tu esposa? ¿comparada con qué?). Frente al tipo de interrogatorio severo, aunque respetuoso y bien fundamentado, que le podría hacer un periodista profesional fuimos "fáciles": pocas veces hubo réplicas nuestras a sus respuestas (o a la ausencia de ellas), prácticamente no lo interrumpimos y nos limitamos a hablar del tema acordado, a saber las propuestas de su libro. Ese ejercicio periodístico, más duro, agresivo e incómodo, aunque no majadero, es indispensable en las campañas políticas y en los medios mexicanos, y ojalá tengan lugar con la mayor frecuencia posible durante los próximos meses. Creo que lo que hicimos era lo que debíamos hacer, en el entendido que no se trata ni de un debate, ni de un esquema de confrontación.Ahora bien, el tipo de ejercicio que mucha gente quisiera de mezclar preguntas personales, políticas o financieras muy agresivas, muy incisivas, que ponen en evidencia los flancos débiles del entrevistado y al mismo tiempo la supuesta independencia y valentía del entrevistador, en mi opinión, no debiera existir en México. Nadie va a querer ir a programas donde sabe que lo van a insultar, ni da gran cosa al público ver cómo un invitado libra bien o se desploma frente a las agresiones verbales de tal o cual enemigo. Años de complacencia de los medios con los políticos oficiales llevaron, como tanta gente lo ha dicho, al otro extremo: irreverencia, majadería y estridencia de los medios frente a los políticos. Ese no es el papel que me corresponde ni como académico, ni como analista, ni como "intelectual". Alguien podría objetar por qué participo en La Hora de Opinar cuando se invita a alguien, cambiando el formato de discusión entre pares a entrevista. Es una buena pregunta. La otra -¿por qué no lo madrearon?- no lo es.