A qué fue Calderón a Cuba, se pregunta Jorge Castañeda, secretario de Relaciones Exteriores entre 2000 y 2003, los años en que el gobierno de México trató de hacer algo en contra de la sistemática violación a los derechos humanos en la isla. “Me parece que el único motivo del viaje fue que no dijeran que no fue”, se responde. “¿O qué, van a decir que el viaje arrojó grandes resultados? Fue un viaje de bajo perfil, al final de sexenio, de pisa y corre, de brindas y te vas”. Le digo que el viaje sepulta la doctrina Castañeda para Cuba, que planteaba llevar el tema de los derechos humanos a todas partes, todo el tiempo. “Quedó sepultada desde hace cinco años”, responde. “Y, por desgracia, no solo en el caso de Cuba, sino en el de México, donde la definición del gobierno del presidente Calderón en materia de derechos humanos también ha dejado mucho que desear. Y no es solo mi opinión, es la de Amnistía Internacional, Human Rights Watch, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, etcétera”. ¿Cómo te sientes? “Me queda un pequeño sentimiento de amargura”, acepta Castañeda. “Calderón termina con la política de Fox. Y no entiendo qué ganaba. ¿Acaso diferenciarse de Fox diciendo que él no se reunió con los disidentes? Porque esa es la diferencia: Fox sí se reunió con la oposición; Calderón, no”. Comparto el sentimiento de amargura. Desde este espacio se ha dado seguimiento, durante años, a las voces de quienes, siempre en desventaja, han enfrentado a la dictadura de los hermanos Castro. Quizá con pragmatismo de estadista, el presidente Calderón los esquivó, despreció. Pasó por Cuba, brindó con los tiranos y se marchó veloz.