Hace un par de semanas en este espacio adelanté dos vaticinios sobre México y Estados Unidos. Uno se confirmó, ya que Obama enviará muy pronto una reforma migratoria integral al Congreso, según una filtración a The New York Times el domingo. Tal vez anuncie algunos ingredientes de dicha reforma en su informe presidencial: legalización y camino a la ciudadanía, con multas y condiciones, para los 12 millones de indocumentados (la mitad de los cuales son mexicanos); la expedición acelerada de visas permanentes de todo tipo y facilitación de trámites de reunificación familiar; y un nuevo programa de trabajadores temporales: la "enchilada completa". Obama parece contar con los votos en el Senado para su reforma; nada asegura que suceda lo mismo en la Cámara de Representantes.La segunda predicción se refería a la postura del gobierno de Enrique Peña Nieto. Deseé que sus insinuaciones en Washington de noviembre se tradujeran en una política definitiva, pero dudaba que fuera así; más bien pensé que adoptaría una postura conservadora de "no intervención". Temo que tuve razón.Según versiones de prensa (no siempre muy confiables) Eduardo Medina Mora, el nuevo embajador de México en EU, al ser ratificado por la Comisión Permanente afirmó "Si bien la reforma migratoria es un tema de política interna en EU, el Gobierno mexicano hará escuchar la voz de los mexicanos y defenderá sus intereses. No es un tema de la relación bilateral. Tenemos […] un interés muy grande […] por hacer valer una argumentación que aumente las oportunidades para ellos". Se trata de una posición respetable, sobre todo a la luz de una lectura simplista pero comprensible de aquella que imperó durante el sexenio de Fox y de Calderón (de cuyos gabinetes fue miembro EMM). Pero, hace abstracción del contexto radicalmente distinto que impera hoy en EU a propósito de la reforma migratoria; pero se entiende que un gobierno como el de EPN y EMM prefiera ser cauteloso y no cabildear activamente la reforma.El problema reside en una lectura equivocada de la historia pertinente de EU. Durante el siglo XX, Washington firmó varios acuerdos migratorios con distintos países; van tres casos rápidamente. El primero es el llamado Acuerdo de Caballeros (Gentlemen’s Agreement) celebrado con Japón, y que rigió de 1907 a 1924, regulando el tamaño y el ritmo de la migración japonesa a EU, así como las condiciones de trabajo (reprobables por cierto) de lo que se volvería la población Nissei. El segundo, como lo sabe todo el mundo, fue el llamado "Acuerdo bracero" o Mexican Farm Labor Program, firmado por los gobiernos de Roosevelt y Ávila Camacho en 1942, y que duró hasta 1964, cuando fue derogado, y que reguló la migración de millones de trabajadores mexicanos (también en condiciones lamentables) a EU, para trabajar en la agricultura pero también en la industria durante la Segunda Guerra.El tercer país con el que EU formalizó varios acuerdos migratorios fue, obviamente, Cuba. En este caso se trató de tres convenios: el primero, en 1965, llamado de Camarioca, el poblado desde donde se lanzó el puente aéreo que a lo largo de 8 años transportaría a 268,000 cubanos a EU. El segundo se negoció en 1984, a raíz del éxodo del Mariel 4 años antes; contempló la expedición de 20,000 visas por año a migrantes cubanos para internarse a EU. No lo respetó ninguno de los dos países, lo que dio lugar al éxodo balsero de agosto de 1994, que a su vez desembocó en el tercer acuerdo: de Clinton con Castro, nuevamente fijando el número de visas en un mínimo de 20,000 al año, y estableciendo la política llamada Wet foot-Dry Foot (pie mojado-pie seco), posteriormente ampliado a Dusty foot (pie polvoso).¿La migración no pertenece a la agenda bilateral?, ¿sólo a la política interna de Estados Unidos? Posición posiblemente lógica de EMM; pero no de la tradición norteamericana. Tal vez sea preferible asumirla como postura propia, sin adjudicarla a la historia mal digerida de otro país.