Sacro terror pueden tener –sobre todo los menos ateos que yo–, quienes estando vivos se encuentren en la biografía de un testigo incómodo. Sorpresas tendrán quienes lean ‘Amarres perros’, la de Jorge Castañeda. Somos muchos, sin duda, quienes compartimos el mismo espacio en el mundo y nuestro gran número, obliga a la disfunción. Una trampa de la democracia es hacernos pensar que la cosa pública, no es un aquelarre donde los brujos y hechiceros guardan secretos de su labor. Pocas cosas intrigan más que conocer tras bambalinas esos misterios, imágenes que en la ignorancia de los mortales, definen o por lo menos influyen en los sucesos que formarán parte de la historia. Si esto es correcto o no, será otro problema, simplemente es así. Saberlo es hacer política. De los objetos que el tiempo nos ha hecho olvidar, puede que uno de los más recurrentes sean los álbumes de fotos. Libros ya desaparecidos con los que uno se sumerge en el pasado y a los instantes de formación, de cariño, de dolores, de experiencia. Al final, de todas las pasiones que un día por buenas o malas nos hicieron quienes somos hoy. Es difícil no encontrarse con imágenes que nos recuerdan aquello que pasó y de lo que nos sentimos orgullosos o nos arrepentimos. Las fotos viejas son honestas y a veces guardan lo que al avanzar la vida, se diluye sin ton ni son. La historia se revisa normalmente con la distancia del tiempo que divaga por naturaleza. Es complicado encontrar una revisión contemporánea de nosotros mismos. Será la prudencia del historiador, la necesidad de cubrir las espaldas de quien puede hacer daño al relator, que por temor, calla lo que ha visto. Todo mundo sabe que la historia se construye por los vencedores que no siempre son partícipes de lo más íntimo, pero la verdadera historia se encuentra a través de los fracasos y la capacidad de quienes fallaron para encontrar pequeños triunfos, más significantes que los primeros. A quien le duela y moleste que se las arregle pero, son pocos los que sin tapujos logran contar en la dura honestidad de sus palabras, dentro de un libro, qué coños ha pasado en Latinoamérica los últimos sesenta años. Hace ya muchos años, esperábamos a un agente de migración en Los Ángeles cuando Jorge Castañeda preguntó si en mi pasaporte estaba alguno de los sellos que daban fe de un paso por Libia, Siria o Beirut. Su presencia pediría explicaciones que ninguno de los dos había preparado y eran ignoradas por los demás pasajeros de un avión que nos llevó, durante el intento de conseguir su candidatura independiente a la presidencia, a esa ciudad norteamericana donde se pronuncian pocas palabras en ingles. Ahí se habla español y yo tenía unos veintisiete años. De los verdaderos sucesos en esos viajes, sólo tenían noticia los más cercanos y es por esa cercanía que sería terriblemente hipócrita de mi parte, decir que puedo leer “Amarres perros” con absoluta objetividad. Sin embargo, sin que me interese tenerla, eso no evita un acercamiento crítico que proviene de algo que si bien se ha pervertido en la sociedad mexicana de forma ramplona, se trata de la única cosa que considero imprescindible en mi vida: la lealtad. Con lealtad –auténtica, no la versión nacional–, nace la honestidad que impide el falso halago. Por ejemplo, hace unos meses le dije a Jorge mi desacuerdo con el título que terminó en la portada de su autobiografía y discutí con él y nuestros editores, que por un asunto azaroso terminaron siendo los mismos, el tipo de portada que se debería buscar. Mi lealtad entendamos, obliga a la honestidad. Dejando claro que hay un lazo no poco conocido que me impedirá seguir el juego del quedabien nacional, donde la exacerbación de lo políticamente correcto intentará no hablar bien de sus cercanos o justo hacer lo contrario, con tal de esgrimir un falso espíritu crítico –ausente en todos los espacios de nuestra convivencia pero más, en los referentes a literatura–, reconozco ciertas sonrisas que me vienen a la lectura de un libro que muchos juzgarán sin siquiera haberlo tenido entre sus manos. Puede ser el paralelismo que veo entre la relación del Güero –Jorge– con su padre, tan parecida a la mía con mi madre, o como fue durante sus primeros años la de Castañeda con Carlos Fuentes; posiblemente similar a la mía con el mismo Castañeda. Son varias las virtudes que le caen mal a nuestra sociedad. Entendemos por honestidad su versión más primaria y con ella la autocrítica se ha hecho inexistente en prácticamente cualquier aspecto de la vida, desde la intimidad a la referente al quehacer político. Así, “Amarres perros”, con una honestidad antagónica a la creencia popular, que por momentos expone de sobremanera a su autor, no encontrará problema en hacerse de detractores, nuevos incluso para él. Todo libro es una mirada y cuando uno lee es eso lo que busca. Más allá de la simpatía política que otros lectores le puedan tener, no hay otro personaje que a veces por simple fortuna y otras por una irresponsabilidad desmedida, se ha encontrado desde hace tanto tiempo en tal cantidad de eventos que marcan a nuestro continente como a Europa, en la segunda parte del siglo XX y ahora en el XXI. Desde la cercanía a un Castro que todavía era elocuente y sedujo al mundo entero –no sé de nadie con tantos altibajos con el comandante como el Güero–, hasta un buen número de presidentes de Estados Unidos con sus respectivos secretarios de Estado. Amistades y divergencias con los prelados de la política nacional: Cárdenas, Muñoz Ledo, Salinas, Fox –obviamente–, Elba, etcétera. De la cultura latinoamericana: Fuentes, García Márquez, Vargas Llosa. A revisarlos todos, se atrevió el tipo. Ya veremos en qué problemas se mete. Jorge decidió escribir como si tuviera unos veinte años más, encontró la distancia que pide la historia en fotos que descubren demasiado. No vio los álbumes con la nostalgia que al menos yo tuve al mirarlas impresas en “Amarres…”. Historias que dan para un par de novelas, con personajes complejos y contradictorios, que siguen siendo parte de la cosa pública. Ellos están ahí, buscando un equilibrio entre el mundo de dentro y afuera. Por esto, aunque no se deje, le seguiré insistiendo que con todo y la biografía, se atreva a escribir una novela.