En la discusión —en ocasiones bizantina— sobre los méritos y los defectos de las candidaturas independientes, más allá de las agendas políticas personales —tengo la mía: he sido partidario de las mismas, y he luchado por ellas desde 2003—, a veces se descuida el paquete en el que deben venir envueltas. En un ensayo publicado en agosto en Nexos, traté de construir al respecto una estructura de tres patas —la silla más inestable.
La primera es la agenda ciudadana: aquellas reformas que quedaron pendientes después de la transición mexicana, después de los cambios —importantes— de este sexenio, y después también, en lo particular, de los que propusimos Aguilar Camín y yo desde 2009. Mencionaba varios, como meros enunciados: la lucha contra la corrupción; construir un sistema electoral que genere mayorías, permita un reelección efectiva, dé lugar al referendo en los hechos —no solo en la teoría, para ser bateado en la práctica—; reducir el número de “pluris” y el financiamiento público a los partidos y establecer castigos penales por violar las reglas. Agregaba el tema de la impunidad: no hay disuasivo hacia adelante si no lo hay hacia atrás. Por último, apunté la necesidad de una agenda en favor del consumidor, en un país donde todos somos ultrajados por todos, todos los días.
La segunda pata correspondía a la organización de la sociedad civil. La nuestra es de las más débiles y menos organizadas de los países ricos o de ingreso medio. Financiamiento, facilidades en la deducibilidad fiscal, estímulos de toda índole, campañas publicitarias: en fin, los mecanismos institucionales son conocidos porque han sido ensayados en un sinnúmero de países. Sin la “calle”, la agenda esbozada no camina. Y la “calle” no son necesariamente las marchas —aunque también cuentan—, sino la organización: redes sociales, medios de comunicación, cabildeo en las cámaras, lazos internacionales, etcétera.
La tercera pata es la electoral. Aquí se complica, pero se vuelve interesante. Los escépticos frente a las candidaturas independientes podrían formularse varias preguntas. Una agenda de esta naturaleza, ¿es asimilable por un candidato de partido, hoy, en México? Una vigorosa y crítica sociedad civil, ¿puede acompañar a cualquiera de los partidos que existen en México, y a tiempo para el 2018? ¿O es más factible que una candidatura independiente enarbole esa agenda, de la mano de esa sociedad civil? ¿Hay hoy en el firmamento un candidato partidista a la Presidencia susceptible de caminar por esta alameda? Piénsenle.