Es fácil y falso equiparar acontecimientos cercanos en el tiempo y en las emociones. Al mismo tiempo, en ocasiones se vuelve irresistible la tentación de establecer analogías o detectar patrones de conducta que facilitan la comprensión. Algo de esto hay hoy en México, en Estados Unidos y en Europa, particularmente en Inglaterra.
Existe un agudo hartazgo con múltiples afrentas en estos países. En Europa occidental y central, por parte de unos, con el desempleo, con los refugiados sirios, con las costumbres musulmanas y con el islam yihadista, con gobernantes a distancia (Bruselas), y con una sensación intangible de pérdida de identidad. Por parte de otros, el hartazgo se dirige contra la discriminación racial y cultural, contra el desempleo de jóvenes marginados, contra universidades disfuncionales.
En EU el hastío, que en ocasiones se transforma en desesperación, abarca desde la rabia de jóvenes negros que no aceptan los excesos, con frecuencia mortales, de policías blancos, hasta la de “anglos” blancos y cincuentones, indignados por el discurso —y la práctica— anti-cop de los manifestantes. Se extiende, por supuesto, a quienes se han visto obligados a canjear un buen empleo en una fábrica de automóviles por otro de mesera en McDonald’s, de latinos hartos de vivir en las sombras y de ser objeto de redadas, deportaciones y racismo, y de white old men que no comprenden porque en las calles de sus comunidades se habla un idioma extraño.
En México, las elecciones, las encuestas y las anécdotas confirman el mismo hartazgo. Solo que se vuelca contra la corrupción, la prepotencia de magnates y funcionarios, la incompetencia y la mentira gubernamental, y el nuevo auge de la violencia, de todos contra todos.
Cuando el conjunto de estos hartazgos encuentra solo “más de lo mismo” en el gobierno y en la vida, quienes los padecen pueden perder los estribos, personal o electoralmente. Cuando conservadores y laboristas en Reino Unido ofrecen la misma tibieza ante la salida o permanencia en Europa, la migración o los mediocres servicios públicos y la austeridad a la alemana, los votantes enloquecen y mandan todo al diablo. Cuando demócratas y republicanos estadunidenses proponen a Clinton y a Bush (no los de 1992, sino los de 2016) como única solución al rechazo a una recuperación económica raquítica y a una confrontación social creciente, los electores tiran para el monte y se vuelcan por Trump.
Y si en México lo único que se le propone al electorado es Peña Nieto-PRI dos rayas o la reelección con Calderón-Zavala, es altamente probable que opte por algo que no parezca ser más de lo mismo, aunque lo sea: AMLO. Si lo es o no, tanto en México como en Europa o EU, casi no importa. El hartazgo, como la naturaleza frente al vacío, aborrece el “más de lo mismo”. En ausencia de otra cosa, quienes están hartos pierden el norte. Con algo de razón.