Jorge Castañeda
Me gustan las marchas contra los matrimonios igualitarios o gay. No solo no me incomodan, sino que me parecen sanas para la sociedad mexicana. Más aún: creo que la participación de la Iglesia, y en particular de jerarcas eclesiásticos encabezando algunas de ellas, es positivo. Deben de gozar de los mismos derechos que todos los ciudadanos. La era de la discriminación contra ellos ya pasó.
Aunque entre las consignas de los grupos organizadores figura también la eliminación de ciertos pasajes de educación sexual de los libros de textos de primaria, si entiendo bien, el detonante del movimiento conservador ha sido la iniciativa de ley de Peña Nieto a favor de los matrimonios gay, incluyendo la posibilidad de adopción por parte de quienes así lo desean. En otras palabras, estos grupos se oponen a una propuesta de EPN, al igual que se oponen a ella su partido, y hasta donde alcanzo a comprender su lenguaje farragoso, el PAN y Morena o AMLO.
Por eso me agradan las marchas. Sus partícipes defienden abiertamente sus ideas, por arcaicas que parezcan en el segundo decenio del siglo XXI. El problema es que el otro bando, los que apoyamos con entusiasmo la iniciativa y sobre todo el principio de los matrimonios entre las personas de cualquier preferencia sexual o identidad de género, no lo hacemos. Me gustaría ver marchas no solo de la comunidad LGBTII, sino de sus partidarios que no pertenecen a ella. Espero —y es una segunda razón— que las manifestaciones de la derecha católica provoquen un movimiento de defensa de la modernidad, de la afinidad de México con el resto del mundo (salvo el islámico), y de la tolerancia.
Por último, aplaudo las marchas ya que quizás orillen a los diversos candidatos a la Presidencia a pronunciarse sobre estos temas. Osorio Chong, AMLO, la Sra. Calderón, El Bronco ¿están con los marchistas de blanco o con la iniciativa del Ejecutivo y el matrimonio gay? Mancera y Ferríz han sido claros: a favor de los matrimonios igualitarios. Sin haber decidido si seré candidato, yo también.