Jorge Castañeda
Yo espero que para cuando sea publicada esta nota, el conductor de la pickup amarilla que embistió a un contingente de policías federales en Rosarito, hiriendo a casi una decena de ellos el sábado, haya sido detenido. Espero también, por supuesto, que dichos policías se encuentren ya fuera de peligro y que se recuperen rápidamente. No quiero destacar este incidente deplorable más que otros, igualmente odiosos, que han sucedido durante los últimos días, ni por las víctimas ni por la ubicación en la República ni por el video especialmente impactante que se ha difundido en las redes sociales.
Subrayo este “evento” porque si bien no puede descartarse que el conductor tenga serios problemas mentales, o iba borracho o bajo la influencia de algún estupefaciente, y por tanto la explicación de su conducta debe encontrarse únicamente en su cabeza, creo que es el reflejo de algo más. De algo mucho más serio y grave hoy en la sociedad y en la psique mexicanas, y que vemos repetirse decenas o centenares de veces todos los días desde que iniciaron las protestas contra el llamado gasolinazo.
Me refiero al reflejo unipersonal, y entre personas en ocasiones de muy escasos ingresos, de la percepción de impunidad generalizada que existe en el país. El conductor de la pickup amarilla embistió a los efectivos de la Policía Federal porque estaba absolutamente convencido de que no le iba a pasar nada si lo hacía. Cometió un acto delictivo, de rabia, imperdonable, que cualquiera puede hacer en cualquier país del mundo, pero que muchos no hacen en distintos países del mundo porque le temen a las consecuencias.
No menosprecio la rabia de la gente que saquea tiendas, que bloquea carreteras, que toma instalaciones o pipas de gasolina. Pero debemos preguntarnos por qué esa rabia se transforma en un acto que normalmente no sucedería, todos podemos embestir a policías desde nuestro vehículo, si odiamos a la policía, eso podemos hacer, sobre todo cuando sabemos que tanto civiles como militares armados tienen la instrucción de no disparar salvo si se trata de narcos.
¿Por qué hoy ese conductor actuó como actuó? Insisto, por una simple razón: está convencido de que no lo van a filmar, no lo van a encontrar, no lo van a juzgar y no lo van a sentenciar, y que puede perfectamente atacar con un arma letal –eso es una pickup conducida a cierta velocidad– a policías de manera totalmente impune. Quizás no tenga razón. Pero lo importante es que piense de ese modo y que obre en consecuencia. Es el caso de miles y tal vez decenas de miles de mexicanos que hoy están haciendo lo mismo en distintos puntos de la República. Podemos detenernos en el aspecto más grave e inmediato de esta protesta: el coraje, la desesperación, la indignación. O fijarnos más bien en una faceta especialmente peligrosa a mediano y largo plazo, que todos hemos detectado en abstracto pero que hoy vemos en la televisión y en las redes sociales cada cinco minutos: amplios sectores de la sociedad mexicana que actúan impunemente, en abierta violación a la ley, a las buenas costumbres e incluso a un principio básico de humanidad. A menos de que consideremos que se despertó el México bronco –yo no lo creo– debemos entender que el desprecio completo de los mexicanos por el estado de derecho sólo tiene parangón en la inexistencia del mismo.