Jorge G. Castañeda
Prácticamente ha terminado el recuento de votos en Estado de México. A la hora de escribir estas líneas se había revisado el cómputo distrital de 98 por ciento de las actas y el resultado sigue siendo casi el mismo desde el domingo en la noche. Cómputo distrital no significa voto por voto, casilla por casilla; significa acta por acta. El Instituto Electoral del Estado de México determinó que sólo unas tres mil casillas se abrieran por completo. El presidente del INE, Lorenzo Córdova, parece haber sugerido, quizá no con la vehemencia que fuera deseable, que el IEEM debiera abrir el mayor número de paquetes posible y no ceñirse a la interpretación más estricta de la letra de la ley.
En 2006, como muchos –casi todos– recordarán, López Obrador se rebeló contra el recuento del entonces IFE. Exigió que se abriera la totalidad de los paquetes, para llevar a cabo el “voto por voto, casilla por casilla”, y demostrar que en realidad había ganado él y no Felipe Calderón. Se abrieron un número considerable de paquetes, pero de todas maneras una proporción muy pequeña del total. Debido a que nadie quiso tomarle la palabra a López Obrador, él puso en tela de juicio la legitimidad de la elección de Calderón durante seis años. Entre otras consecuencias de esa decisión del IFE –y de los partidos políticos– de no abrir la totalidad de los paquetes, Calderón se la pasó batallando para conquistar una legitimidad de gestión, que no obtuvo en las urnas.
Se debatió mucho entonces sobre lo que hubiera sucedido de haberse abierto la totalidad de los paquetes y haber recontado la totalidad de las boletas. Surgieron dos argumentos explícitos, y uno tácito o silencioso.
La tesis a favor de abrir los paquetes en 2006 fue que, si no hubo un fraude deliberado, los inevitables errores, incluso cuantiosos en lo que es una tarea humana, es decir, una tarea imperfecta, de contar y recontar los votos, daría un resultado prácticamente idéntico por una sencilla razón: los errores serían completamente aleatorios. Aquellos que favorecieran a Calderón en algunos casos, se verían compensados por aquellos que favorecieran a López Obrador, en otros. El argumento en contra era que al abrir y contar y mostrar la cantidad de errores que en efecto tuvieron lugar, fueran intencionales o no, aleatorios o no, se colocaría la elección en tal situación de descrédito y escepticismo, que sería mucho más fácil para López Obrador lograr la anulación o en todo caso destruir la legitimidad del ganador durante el sexenio entero. El argumento tácito de algunos era: “no vaya a ser que si abrimos, resulte que López Obrador tiene razón y gana”.
Todo esto vale a medias para Estado de México. No es evidente que si se abrieran todos los paquetes se redujera el margen de tres puntos de ventaja de Alfredo del Mazo. Tampoco es evidente que, si no se abren, López Obrador va a armar el mismo ‘pancho’ que en 2006. Ni es tan grave que se abrieran los paquetes y resultara que Delfina Gómez sí ganó. Pero siguiendo las palabras sabias, aunque insuficientes en mi opinión de Lorenzo Córdova, da la impresión de que resultaría preferible hoy atender la petición de López Obrador, sitúese o no dentro de una interpretación estricta de la letra de la ley, y abrir todos los paquetes para que quede claro que en efecto perdió su candidata. Hacer lo contrario va a ser una nueva mancha, una nueva raya al tigre. Ya van muchas rayas, y en una de esas, hay muchos tigres.