Jorge G. Castañeda
Parece absurdo a estas alturas insistir de nuevo en la completa falta de vuelo intelectual del PRI. Su agotamiento abstracto ha sido patente desde hace tiempo, y cuando uno u otro de sus gobiernos emprende o logra algunas reformas importantes, el partido simplemente las aplaude o las deforma, sin tener nada que decir de sustancia al respecto. Pero en su última asamblea, los priistas de plano se volaron la barda en materia de mediocridad conceptual.
Ante los enormes retos que enfrenta el país, en lo económico, social, político e internacional, frente a una elección presidencial decisiva en 2018, el PRI se fijó –y alcanzó– como gran avance quitar unos candados burocráticos redundantes y de interés sólo para… los priistas.
Como se sabe, los estatutos del PRI estipulan desde hace tiempo que el requisito de ser miembro del mismo, o contar con un mínimo de años de militancia, se hacen a un lado si el partido va a una elección en alianza. El partido de gobierno cuenta con por lo menos tres aliados posibles, y en realidad seguros, si los quiere. Se trata del Partido Verde –que sirvió en 2006 y 2012–, el Partido Encuentro Social (cercano al Secretario de Gobernación) y Nueva Alianza, arrebatado a Elba Esther Gordillo cuando fue encarcelada.
Con cualquiera de los tres, o con los tres, el PRI puede hacer más o menos lo que quiera. Lo esencial es cuánto puede dar a cambio; cada vez menos, sin duda, pero algo es algo, sobre todo para organizaciones pequeñas en riesgo de perder su registro si van solas a una elección presidencial. Si lo que Peña Nieto pretendía era designar a Meade como candidato del PRI, no necesitaba cambiar los estatutos de su partido, ni mucho menos armar tanto escándalo al respecto. Con sus prestigiados e íntegros aliados, le bastaba.
Pero entonces no hubiera podido librar dos escollos importantes. El primero: la indigencia teórica, política y estratégica del PRI. No puede ofrecer nada, porque además de estar poblado de políticos sin pensamiento ni decoro –¿en verdad Enrique Ochoa piensa que su partido va a ganar en la Ciudad de México, en Jalisco, y en Veracruz?– sus integrantes no estarían de acuerdo en nada. Salvo lo que tratara de imponer Peña Nieto, lo cual implicaría que supiera qué imponer.
Pero en segundo lugar, el PRI hubiera tenido que proponer por lo menos un par de ideas en serio, que habrían involucrado algún tipo de dedicatoria. Cualquier tesis programática sustantiva le quedaría bien a un precandidato, y mal a otro. Lo cual no tendría nada de grave, si Peña Nieto perteneciera a su siglo. Pero proviene de –y es parte de– la era de López Mateos.
Es obvio que los jerarcas priistas siguen pensando que la selección de su candidato equivale a la elección del próximo presidente de México. Está en su ADN; es el chip priista. El destape no es de candidatos y mandatarios hipotéticos; es del “bueno”. Para ellos, resulta impensable que a 80 por ciento de los mexicanos les dé enteramente lo mismo si el candidato del PRI es Nuño, Meade o Narro: los odian a todos. Creen que perdura la época del dedazo, y que lo más importante son las florituras priistas y el lenguaje críptico del siglo pasado. No recuerdan la segunda o tercera película de Indiana Jones, cuando Harrison Ford se enfrenta a un enemigo árabe feroz, armado de una cimitarra aterradora, la cual manipula con extrema destreza, hasta que el héroe de las tres películas desenfunda su revólver y le mete un balazo a su contrincante. Todas las mañas y despistes de Peña servirán de muy poco; Indiana Jones, whoever that may be, los va a liquidar en julio del 2018.