He leído dos tipos de críticas al llamado Frente Amplio. El primero proviene de quienes, con toda razón, temen que pueda arrebatarle a Andrés Manuel López Obrador una victoria ya casi consumada, o de aquellos que creen que condene al PRI a un lejano tercer lugar electoral. En ambos casos, se trata de respuestas políticas legítimas –aunque no siempre presentadas como tales– a una jugada política inteligente. La segunda consiste en la formulación de dudas “analíticas” sobre las posibilidades de consolidación del Frente: que si el agua y el aceite, que hasta que el candidato los separe, que si el oportunismo de quienes sólo buscan ganar. Allí se trata de réplicas de menor honestidad intelectual, ya que suelen disfrazar su oposición al Frente en un sano escepticismo “objetivo”. Conviene ir respondiendo una por una a estas dudas, tanto a las de carácter estrictamente político, como a las de una supuesta neutralidad académica.
La más obvia de las suspicacias, y la más simplista en su formulación, es la de las diferencias ideológicas. ¿Cómo es posible que sectores tan disímbolos en sus convicciones como el PAN, el PRD, Movimiento Ciudadano, las organizaciones radicales de la sociedad civil (OSC), e intelectuales de izquierda y derecha puedan ponerse de acuerdo en un programa de gobierno, en un candidato presidencial (y muchos más) y en gobernar juntos? Hay tres respuestas contundentes a esta interrogante ingenua o maliciosa.
En primer lugar, hace años que desaparecieron los partidos políticos dotados de una “ideología”, y en México nunca existieron. El PRI, por décadas el único partido mexicano, nació justamente para que en él –cual jarrito de Tlaquepaque– cupieran todas las corrientes emanadas de la Revolución, desde los ricos agricultores sonorenses, hasta los desposeídos campesinos zapatistas. Quizás los últimos partidos ideologizados fueron los comunistas, que con la excepción de rémoras trasnochadas como Cuba y Corea del Norte, han desaparecido. El PAN, el PRD y MC (y desde luego Morena y el PRI) no tiene ideología: asumen posiciones ante las grandes disyuntivas contemporáneas del país, unas sensatas y fundamentadas, otras absurdas o cínicas, pero no totalizantes, como son las ideologías.
La pregunta es si sus posiciones son compatibles, o negociables. Ya se han subrayado los temas importantes y a la vez sencillos: lucha contra la corrupción, estado de derecho. Se conocen las convergencias “negativas” –no a la guerra contra las drogas– sin que haya claramente una alternativa explícita común. El caso más difícil reside en las posturas extremas de cada sector: el rechazo de la izquierda a la reforma energética de Peña Nieto, y la animadversión del electorado panista –no tanto de sus dirigentes– a temas importantes para el PRD y las OSC: matrimonios igualitarios, aborto, legalización de la mariguana, muerte asistida. ¿Cómo conciliar posturas tan contrapuestas?
Con lo que se llama en la jerga militar o diplomática un “freeze-freeze” o “standstill”: todo permanece como está. No se revierte la reforma energética de Peña; no se echa para atrás el aborto en la CDMX, ni los matrimonios gay en la República; no se avanza en mariguana o muerte asistida, salvo en aquellos estados que así lo deseen, o por consenso de todos. Tengo razones para pensar que este enfoque es aceptable para todos los integrantes del Frente: partidos, grupos, personalidades.
La segunda respuesta radica en las comparaciones internacionales, que ya han sido señaladas por varios, incluyendo a la misma senadora panista Laura Rojas. Conviene recordarlo: la democracia cristiana chilena fue golpista. Eduardo Frei padre y Patricio Aylwin no sólo apoyaron el golpe de Pinochet, conspiraron para que sucediera. Y sin embargo, hacia mediados de los años ochenta, y sobre todo en la víspera del referéndum de 1988, socialistas, radicales, el PPD y la DC chilenas se pusieron de acuerdo para participar en el amañado plebiscito pinochetista, al presentar un candidato común, desde la primera vuelta, en la elección presidencial de 1989, en gobernar juntos con un programa común, y para ganar. La concertación dura hasta la fecha (con variantes y va a perder en enero) y ha conducido al país durante el período más prolongado de crecimiento económico y social de su historia.
En tercero y último lugar, lo que mejor aglutina a una alianza como la que podría constituir el Frente es… la perspectiva de triunfo. En materia ideológica, en un país y un mundo donde los partidos no son el punto de encuentro de la misma –no que no haya ideologías– ganar es fundamental. No es todo, pero es mucho. Si las encuestas comienzan a mostrar que el Frente es una apuesta con verdaderas posibilidades de victoria, va a caminar. Lo que más concentra la mente no es el patíbulo, como dijo Samuel Johnson, sino el éxito.