Jorge G. Castañeda
Son innumerables las consecuencias de las elecciones de esta semana en Estados Unidos, y cuantiosas las reflexiones al respecto. Para no ser repetitivo, y para tratar de aterrizar el asunto en lo que más afecta a los mexicanos, quisiera compartir algunas ideas sobre la nueva Cámara de Representantes en Washington y las posibilidades de aprobación del acuerdo comercial entre México, Canadá y Estados Unidos, el T-MEC.
En primer término, como ya lo había advertido el líder del Senado, Mitch McConnell, no habrá votación por parte del Congreso saliente, es decir, en noviembre o diciembre. Este tema va a ser tratado por ambas cámaras de la nueva Legislatura, y se requerirá, como siempre, la mitad más uno de las Cámaras baja y alta. En seguida, nos hallaremos ante una situación no inédita pero poco frecuente: un presidente republicano que le pide a una Cámara de Representantes con mayoría demócrata que apruebe un acuerdo de libre comercio. Clinton y Obama lograron la aprobación de varios acuerdos de esta índole, pero en ambos casos disponían de una mayoría de su propio partido en por lo menos la Cámara baja, que es siempre la más complicada. En tercer lugar, un número importante de integrantes de la Cámara de Representantes son electos por primera vez. Aquí la duda sobre su actuación no proviene tanto de sus características –étnicas o políticas– sino de su condición de novatos: sus preocupaciones preliminares probablemente sean otras que las del T-MEC o USMCA.
La incertidumbre más relevante en torno a la aprobación del acuerdo con México y Canadá emana de la actitud que asumirán los demócratas en general, y en particular los “novatos” ante Trump. En el fondo existen dos posibilidades. Pueden buscar puntos de acuerdo sobre temas de importancia análoga para ellos y para la Casa Blanca –por ejemplo, la infraestructura– y no adoptar una actitud de rechazo recalcitrante a todo lo que provenga del Ejecutivo. En mi opinión, sería un error político por parte de los demócratas. La otra posibilidad es que adopten una postura semejante a la de los republicanos durante el periodo de Obama, y que tan buenos resultados les dio: oponerse por principio a todo lo que provenga de Trump, independientemente del contenido, de la importancia histórica o de las repercusiones en distintos ámbitos de la vida nacional. Si lo que quieren los demócratas es volver a la presidencia en el 2020 me parece que esa es una posición más sensata. Pero para México significaría que todos los representantes demócratas se negarían a votar a favor del TLC, incluso tal vez impidiendo que llegara a una votación, más allá de si les parece bien o mal el contenido del mismo.
Subsisten dos dudas: una, ¿cuántos republicanos estarían dispuestos a jugarse por el tratado de Trump? En teoría, todos, ya que no sólo son del mismo partido, sino que han demostrado ser acólitos o empleados del presidente. Sin embargo, ya no impera en el ánimo de los republicanos el mismo sentimiento prolibre comercio que hace veinte, treinta o cuarenta años. Por otro lado, muchos analistas mexicanos sostienen, con mucha razón, que si México y el gobierno de Estados Unidos, junto con el empresariado norteamericano y mexicano, hacen la tarea de cabildeo en cada distrito demócrata importante, pueden casi obligar a los demócratas –nuevos o viejos– a que voten a favor. El único problema con esta evaluación yace en lo novato de muchos demócratas, que todavía no tienen claro el vínculo entre su distrito y el comercio con México y Canadá; en la postura de los sindicatos y de los grupos ambientalistas que pueden ser menos partidarios de la teoría del libre comercio que otros sectores de la sociedad; y de la idea, un poco simplista, de que una empresa ubicada en un distrito demócrata en el fin del mundo, pero que exporta cualquier producto a México, va a ser escuchada en automático y atendida por uno de los nuevos diputados demócratas. Puede ser que sí, pero también puede suceder lo contrario.
Afortunadamente los mercados, es decir, las personas en Nueva York y en México que se ocupan de estos asuntos, lo entienden muy poco. Por lo tanto, dentro de su ceguera e ignorancia, junto con la de una buena parte del empresariado mexicano, pueden creer que, porque ya se convino en la firma del nuevo acuerdo el 30 de noviembre en Buenos Aires, lo demás es pan comido. Ya veremos.