Jorge G. Castañeda
Se ha vuelto costumbre desde hace varios años, tanto en México como en Estados Unidos, el afirmar con ahínco que la migración mexicana al norte ha disminuido. Se habla de la “migración neta cero”, es decir, que salen tantos mexicanos de Estados Unidos como los que ingresan, con o sin papeles, y que la población mexicana permanente en el país vecino ha decrecido.
Ya he argumentado que una premisa de esta tesis consiste en considerar a todos los deportados de Obama y Trump como retornados voluntarios. Como se sabe, a partir de 2011, el anterior presidente norteamericano puso en práctica una política de deportación masiva, nunca vista desde los años cincuenta, que llevó a designarlo como el “deportador en jefe”. Entre 2014 y 2016, las deportaciones descendieron, pero se han mantenido en niveles muy superiores a los de Bush y Clinton. El número de mexicanos que han vuelto por decisión propia a su país, con la excepción de los meses de la Gran Recesión de 2009, es pequeño. El número de mexicanos que se van al norte no ha disminuido: ha variado su composición, partiendo una cantidad muy superior de personas con documentos, y disminuyendo la de los indocumentados.
Además de engañosa, esta tesis se ve puesta en duda por la evolución de las remesas. Estas han pasado de 23 mil millones de dólares en 2014, a 33 mil millones el año pasado: un aumento de casi 50% en 5 años. En enero de 2019, se elevaron 6.5% en relación a enero de 2018. Es un proceso persistente, continuo y longevo, que no se explica por acontecimientos aislados.
Existen tres posibles explicaciones de este fenómeno. El primero, en el que más creen los partidarios mexicanos y estadounidenses del “neto cero”, reside en una afirmación difícil de demostrar pero fácil de explicar. El mismo número de mexicanos en Estados Unidos envía más dinero a sus familiares en casa porque tienen más: más y mejores empleos, mayores ingresos, mayores ahorros. El que mandaba 250 o 300 dólares al mes, ahora remite 350 o 400, porque gana más y trabaja más horas. En vista del cambio en la composición autorizados/no autorizados de los mexicanos en Estados Unidos, de la expansión de la economía norteamericana, y de la caída impresionante del desempleo, no es imposible que esta respuesta contenga una buena dosis de verdad.
Pero se antoja insuficiente para explicar un incremento de la magnitud ya señalada de las remesas. Varios estudios (de BBVA en Houston, por ejemplo) muestran como sí ha subido el monto promedio de cada remesa, pero no en esas dimensiones. Más aún, esos mismos estudios revelan que el número de envíos se ha incrementado, lo cual puede significar que los mismos mexicanos envían remesas con mayor frecuencia, o que hay más mexicanos mandándolas.
Creo que esta explicación es decisiva. Entiendo las razones de corrección y conveniencia políticas, tanto en México como en Estados Unidos, para remachar cada día que la migración mexicana ha disminuido. No me queda claro que sea cierto. Hay muchos más mexicanos que emigran con visas H2A y H2B, junto con otras, y el número de indocumentados que entran a Estados Unidos, aunque haya bajado, permanece muy alto: más de 150 mil al año.
Valdría la pena estudiar el fenómeno con mayor empeño y desmenuzando las cifras de Banco de México, del INEGI y del Consejo Nacional de Población. Pero por lo pronto, en el mejor de los casos, nos encontramos ante una paradoja: alguien envía cada vez más remesas a México, cada año y cada mes. O son los mismos de siempre, o son más (eso pienso yo), o es una combinación de ambos factores. La desaparición de la migración mexicana a Estados Unidos no es para mañana.