El informe histórico del fiscal Carrillo Prieto sobre el 68 sigue embargado en Los Pinos. Nadie sabe cuándo será liberado, pero ya se empieza a saber qué dice. Por la situación actual, donde el uso de la fuerza por el Estado mexicano en las inminentes coyunturas conflictivas se está discutiendo, el texto contiene elementos que pueden resultar muy ilustrativos. Hasta donde entiendo, quien retomó el conjunto de archivos, testimonios, documentos e informes recopilados por la Fiscalía a lo largo del sexenio de Fox, para transformarlos en un documento sintético y legible, ha sido Eduardo Valle El Búho, uno de los principales líderes estudiantiles del 68. Hay muchos datos en el informe, pero quisiera destacar dos que pueden ayudar a dilucidar el enigma que encierra la persistente reticencia de las autoridades mexicanas a utilizar la fuerza pública ahora, y en buena medida desde entonces.
De acuerdo con el informe histórico, en la Plaza de las Tres Culturas murieron -cabalísticamente- 68 estudiantes y un soldado. Durante todo el movimiento desde julio del 68 hasta marzo del 69 fallecieron 86 jóvenes. A estas alturas y en vista de los recursos empleados, de los testimonios, y por la calidad de los redactores escogidos, no hay ninguna razón para dudar de estas cifras. Ello significa que el cínico Estado mexicano hizo el negocio político/represivo del siglo con la noche de Tlatelolco. Por un lado, “sólo” mató a 68 estudiantes, un número intolerable, en una acción imperdonable, pero de dimensiones sociales acotadas. Es decir, pagó el costo real de un número de muertes muy inferior al que siempre se había denunciado: desde Oriana Fallaci hasta las comisiones de la Verdad ciudadanas y de diputados del 93 y 98. Aquellos famosos “huecos” -patética, pero por desgracia acertadamente- apuntados por Díaz Ordaz en su inolvidable conferencia de prensa en la SRE en 1977 al ser nombrado embajador en España, sí existen. No aparecieron nunca los novios, novias, padres, madres, compañeros, compañeras, primos o primas de los centenares de caídos en la plaza, porque parece ser que no hubo tales caídos. Las 68víctimas mortales constituyen una página de infamia en la historia de México, pero son ésos, y a menos de que a 40 años de distancia se demuestre lo contrario, no son más.
A ello se debe probablemente la paradoja que enfrentó el fiscal. A diferencia de otros países donde sí se produjo un verdadero clamor para ajustar cuentas con el pasado y sí se movilizó un amplio sector de la sociedad para exigir justicia, en México el fiscal estuvo solo, con su Comité Ciudadano dividido e ineficaz, con recursos insuficientes y con planteamientos jurídicos a veces inverosímiles. Al grado de que, cuando, según el propio fiscal y El Búho, empezaron a buscar quién denunciara desapariciones forzadas del 68 y ya no del 71, sólo se presentó un lejano familiar de un estudiante.
Lo cínico radica en que el Estado obtuvo los “beneficios” de una represión equivalente a una cifra superior a más de 600 personas como señaló, por ejemplo, el periódico inglés The Guardian en esos días de plomo. Es decir, el Estado espantó a la sociedad mexicana, a los estudiantes, a la clase media, a los intelectuales, a los periodistas, como si hubiera masacrado a más de medio millar de jóvenes. Y ese miedo ni anduvo en burro ni se extinguió. Durante muchísimos años todo México le tuvo pavor al Estado mexicano porque, tal y como lo demostró el 2 de octubre, no se andaba con rodeos.
Como la historia no siempre avanza por el lado bueno, ese pavor infligido a la sociedad mexicana por el Estado mediante ese “negocio redondo”, con el tiempo se revirtió contra el mismo Estado. Cuando una nueva generación de políticos -del PRI, PAN y PRD- llegó al poder, traía en sus cartabones el recuerdo del temor y la sociedad mexicana nunca lo olvidó. Y todo uso de la fuerza pública se empezó automáticamente a asimilar al 68, pero a un 68 magnificado: al de los 500, no al de los 68. Todo uso de la fuerza se volvió una masacre en potencia: en Chiapas a principios de 94 y de 95; en CU en 2000; en Atenco en 2002; en Reforma, el Zócalo y Oaxaca en 2006. Nadie quiere la fuerza ni propone utilizarla porque equivale a reproducir el 68: un 2 de octubre a la altura de Tien An Men, de Sabra y Shatila, My Lai, Metro Charonne, de Ezeiza. Qué bueno que así sea para evitar nuevos Tlatelolcos. Pero qué ironías genera la historia: el Estado parece seguir paralizado, a más de medio siglo, debido a su propia destreza.