¿Instituciones o simulaciones? Jorge G. Castañeda28 May. 08 Aunque parezca repetitivo me parece útil volver sobre el tema de AMLO, el petróleo y el referéndum. Pero, en esta ocasión en lugar de establecer comparaciones internacionales (que me siguen resultando sumamente pertinentes y aleccionadoras) quisiera insistir en el problema de la disfuncionalidad de nuestras instituciones para tomar decisiones y en las comparaciones nacionales.Por lo menos desde el 2002, estando todavía en el gobierno, y sobre todo a partir del 2003, he reiterado, junto con muchos otros, que la tesis que podríamos incluso atribuir a Cosío Villegas desde los años cuarenta de que basta aplicar la Constitución de nuestro país para que el país funcione resultó falsa. Las instituciones emanadas de la Constitución del 17 y aterrizadas como tan bien lo describe Macario Schettino en su Cien años de confusión: México en el siglo XX, durante el sexenio del general Cárdenas, resultaron completamente disfuncionales para la democracia. Su principal inadecuación reside por supuesto en la terrible incapacidad de nuestro andamiaje institucional para tomar decisiones. No para llegar a acuerdos: se ha repetido hasta la saciedad que en las sociedades modernas, complejas, diversas, el problema no es llegar a acuerdos sino dirimir desacuerdos. No tenemos por qué converger todos los mexicanos sobre qué debemos de hacer con el petróleo, sí tenemos por qué buscar la manera de dirimir nuestras divergencias para no paralizarnos. En la inmensa mayoría de los países democráticos y como lo ha propuesto mucha gente en México desde hace varios años, y el que escribe en particular con énfasis, desde el 2003, es el referendo que pueda llamarse, matices más matices menos, plebiscito o iniciativa popular.Todos sabemos que en la propuesta de AMLO yace una táctica dilatoria, también sabemos que es improbable que acepte un resultado negativo en caso de producirse, y por último también podemos estar seguros que lo que él entiende por referendo no es lo que cualquier gente sensata entiende, pero todo eso no obsta para, por un lado tomarle la palabra y por el otro, discutir el asunto en sus méritos.El principal mérito del referéndum del petróleo, o sobre cualquier otro tema de trascendencia en México, es su carácter antisimulatorio. El mejor antídoto contra la simulación infinita de la clase política mexicana es justamente el que exista una rendición de cuentas ante el electorado en su conjunto. Ya que cuando un asunto de fondo se somete al país vía referendo todo el mundo se ve obligado a tomar partido, acción que es anatema para la inmensa mayoría de nuestros políticos (y por cierto, para buena parte de los integrantes de la comentocracia).La práctica de realizar consultas a la población en forma oficial data del siglo XIX, con la utilización del referéndum en 1824 para incorporar a Chiapas a la Federación (24 de marzo de 1824); la Reforma de la Constitución en 1856 (apelación al voto de los electores) y en 1867 convocatoria a elecciones y reforma constitucional emitida por Benito Juárez. Y de 1946 a la fecha se han realizado varias propuestas para la utilización del referéndum en nuestro país; muy pocas se pudieron concretizar. En 1946 y 1988, el PAN presentó sendas iniciativas de ley para incluir en los artículos 115 y 116 constitucionales la figura del referéndum, así como de la iniciativa popular y revocación del mandato. En 1992, el PRD a su vez buscó instituir la figura del referéndum ratificatorio, propuesto, entre otras cosas, por la firma del Tratado de Libre Comercio. Y en 1994, el ayuntamiento de Durango promulgó a través del bando municipal la incorporación de las figuras de plebiscito, iniciativa popular, afirmativa ficta, voz ciudadana en las sesiones de cabildo, derecho de los ciudadanos para presentar iniciativas en la conformación de los programas anual de obras y servicios públicos.En cuanto a las entidades federativas, existen diferencias en lo tocante a las figuras de consulta popular, referendo y plebiscito. El plebiscito se contempla en las constituciones de Aguascalientes, Baja California, Chihuahua, Jalisco, San Luis Potosí, Tlaxcala y Distrito Federal. Y en tiempos recientes los estados de Durango y de Guerrero han promulgado cambios a sus constituciones estatales respectivas que contemplan también estas figuras. La única Constitución estatal en donde sí se contempla la figura de revocación de mandato es en Chihuahua, en la tercera parte del mandato.En otras palabras, invocar otra vez la excepcionalidad mexicana y afirmar que el referendo es ajeno a nuestra idiosincrasia además de ser absurdo, es falso. Lo que es ajeno a las principales características de las elites mexicanas es que las cosas se tengan que decidir sí o no; que se tenga que pronunciar uno a favor o en contra de algo; que no se pueda sacarle el bulto a las cosas; que se deba suprimir la sempiterna simulación. El referendo no es una panacea; no borra de un tajo las divisiones de la sociedad, incluso en ocasiones las agudiza. Es la peor forma de resolver las divisiones de una sociedad sobre asuntos de fondo… con la excepción de todas las demás. Si fuera tan antimexicana, no imperaría en tantos estados o en tantas iniciativas antiguas presentadas por distintos partidos. Si fuera tan simplista, contraproducente y tonta, no habría tantos países que recurren a ella.El problema no es el referendo. El problema es la simulación. López Obrador quiere una simulación de referendo; Calderón quiere una simulación de reforma energética; y a veces parece que muchos mexicanos, sobre todo de la clase política, quieren una simulación de institucionalidad, a pesar de que evidentemente esta última no funciona. ¿Queremos instituciones o simulaciones?