Jorge G. Castañeda / Obama: minoría, no mayoría (21-Ene-2009).-En su bello y conmovedor discurso de toma de posesión el día de ayer, Barack Obama, como corresponde en una pieza oratoria de esta naturaleza, buscó motivar, movilizar e inspirar a quienes lo escucharon, más que leer un programa de gobierno o realizar definiciones precisas. En el fondo no anunció nada que no hubiera dicho ya, no fijó plazos, no optó entre prioridades reñidas entre sí, no señaló derroteros específicos que no hubiera indicado ya. Seguramente por haber recurrido a la retórica didáctica en varias ocasiones a lo largo de la transición, la mayoría de sus énfasis, su ethos, su logos, y su pathos, su tricolons, sus synthetons, sus alteraciones, sus anaphoras (ver para todo esto el magistral artículo de Sam Leith en el Financial Times del fin de semana), a pesar de su inmenso talento cuasiliterario -y de su vocación por escribir él mismo sus principales discursos, ayudado sólo por su joven escribano Jon Favreau- las frases de impacto, y las que perduran serán pocas.Por ello, tal vez convenga destacar en el discurso y en el misterio de Obama dos referencias puntuales, que en mi caso son las que más revelan sobre el personaje, el momento y el país. Fue la única repetición directa de Obama en su discurso. La primera se ubica al inicio de su mensaje al resto del mundo, cuando dijo: "Y a todos los demás pueblos y gobiernos que nos escuchan hoy desde las capitales más majestuosas, hasta la pequeña aldea donde nació mi padre: sepan que Estados Unidos es amigo de cada nación y cada hombre, mujer y niño que busca un futuro de paz y dignidad y que estamos dispuestos a ser líderes de nuevo". La mención a su padre es muy clara. Vino de Kenia, volvió a Kenia y dejó en Estados Unidos lo mejor de sí mismo: su hijo. La segunda aparece cerca del cierre, cuando define lo que considera la esencia de Estados Unidos: "Éste es el significado de nuestra libertad y de nuestra convicción, es lo que explica por qué hombres, mujeres y niños, de cada raza y religión, pueden unirse a celebrar a lo largo de esta magnífica plaza y por qué un hombre cuyo padre hace menos de 60 años quizás no hubiera podido comer en un restaurante local, hoy puede presentarse ante ustedes y prestar uno de los juramentos más sagrados". De nuevo, la referencia a su padre y de nuevo la referencia ya no a la extranjería del mismo, pero sí al color paterno y al propio.Si fue la única repetición de Obama en su discurso, no sólo se debe a la importancia que tuvo para él desde niño y en sus años formativos ese padre ausente, sino también su manera de sugerirle al pueblo norteamericano y al mundo su interpretación de lo que implica su llegada al poder. No se trata de remediar una injusticia (que evidentemente la ha habido a lo largo de la historia de Estados Unidos desde las Trece Colonias en contra de la población de origen africano), ni de que por fin se iguale la estructura política con la social: no es Mandela, no es Lula, no es Evo Morales, ni alguna de las mujeres que a lo largo de los últimos 40 años han llegado a la primera magistratura de sus respectivos países: Indira Gandhi, Margaret Thatcher, Michelle Bachelet, Angela Merkel, Cristina Kirchner, entre otras. En el caso de todas ellas, se trató de reivindicar a la mitad del cielo antes desprovista de sus derechos, su lugar, su diferencia y su identidad. En los otros tres casos de trascendencia y orígenes distintos, se hizo justicia, por fin en Sudáfrica y Bolivia la mayoría negra e indígena empezó a ser gobernada por uno de sus integrantes después de un siglo de apartheid y de dos o cinco siglos de opresión. En el caso de Brasil, uno de los países más desiguales del mundo, donde una élite ilustrada blanca, en ocasiones aristocratizante, a partir del 2002 finalmente fue sustituida en la Presidencia por un obrero, apenas con educación primaria y con origen en una de las regiones más pobres del país: efigie especular de la inmensa mayoría excluida de los brasileños. Estos tres acontecimientos revistieron una enorme importancia histórica y en el caso de Mandela, más emblemático que los otros, en el mundo.Pero Obama es otra cosa. Representa el acceso al poder y a la conducción del país más rico del mundo de un integrante de una minoría excluida, no de una mayoría aplastada. No es mejor o peor, es distinto. Lo insólito de los acontecimientos no es que se le haya hecho justicia a una mayoría discriminada por una minoría despótica y aferrada al poder, lo casi increíble reside en el hecho de que la inmensa mayoría de la población de Estados Unidos, ese 70 por ciento de blancos, anglosajones, protestantes y miembros de una clase media permeada de vestigios -sólo vestigios racistas, xenófobos y antiintelectuales-, haya electo a un Presidente minoritario desde todos los puntos de vista: étnica, nacional e intelectualmente.Obama es el hijo no sólo de su padre, sino de la minoría ya ni siquiera más grande de Estados Unidos -hace un par de años la mayoría hispana rebasó 15 por ciento vs. 12 por ciento a la población afroamericana. La pregunta, entonces, no es si la excepcionalidad americana yace en adecuar el juego de las mayorías o lo que podríamos llamar "majority rule", a la realidad del país. Estados Unidos hoy, como ha sucedido en el pasado aunque no a la velocidad o el volumen deseables, es el país donde las minorías han sido a la vez explotadas, oprimidas y en un caso -la población nativa- casi exterminada, pero también ha llevado a integrantes de esas minorías -negros, latinos, judíos o asiáticos- a posiciones de poder en los distintos ámbitos de la vida nacional. Se dice fácil, pero es difícil que otro país después de haber maltratado brutalmente a sus minorías, les brinde hoy las oportunidades que supo aprovechar Barack Obama.