Código PostalJorge G. Castañeda6 Ago. 2009La odiosa expresión, de uso entre jóvenes y no tan jóvenes, sobre el código postal ("no es del mismo código postal") es racista, clasista y ofensiva. Pero no deja de ser útil para ilustrar una disyuntiva, no entre personas -que rara vez tienen a su alcance la posibilidad de cambiar de "código postal"- sino a propósito de países, que a veces sí pueden proponérselo. Es obvio que para la gran mayoría de las naciones la opción no existe. Los países del sureste asiático seguirían perteneciendo al sureste asiático; los de África, a África; los del Medio Oriente, con la posible excepción de Israel y de un futuro Estado palestino, seguirán formando parte de esa convulsa parte del mundo.De vez en cuando acontece que a determinadas sociedades efectivamente se les presenta una posibilidad de cambio. Fue el caso de los países de la Europa mediterránea en los setenta, cuando Grecia, Portugal y España dejaron atrás sus dictaduras y buscaron un firme anclaje en la entonces Comunidad Económica Europea. Muchos recordarán los dos referenda a los que convocó Felipe González: sobre la permanencia de España en la OTAN y el ingreso a Europa. Incluso hoy, países como Polonia, Bulgaria y algunos de la ex Yugoslavia han tomado una decisión semejante. En lugar de pertenecer a Europa del Este, buscan pertenecer a Europa a secas.En el mundo de hoy, con alguna excepción que se me escapa, sólo veo a dos países grandes que cuentan con el privilegio de escoger, es decir, de decidir más o menos voluntariamente en qué código postal quieren vivir. Disponen de esa opción porque se trata de países geográficamente bisagra; se encuentran entre dos mundos, y pueden elegir, con limitaciones por supuesto, de cuál de ellos desean ser parte: México y Turquía.El caso más extraño, no por su libertad de acción sino por la decisión que tomó es, sin duda, Turquía. Como se sabe, es una nación de más de 80 millones de habitantes, miembro de la OTAN y de la OCDE, pero con una población de mayoría aplastante musulmana, con un PIB per cápita ligeramente menor al de México y un índice de desarrollo humano bastante inferior. Sin duda el secularismo militar fundado por Kemal Atatürk en los años veinte ha servido para mitigar los efectos del islam en Turquía, pero no debemos dejar de subrayar que es un país geográficamente asiático, religiosamente parte del mundo islámico, cuyo partido de gobierno es ya islamista aunque moderado, e incluso cuyo primer ministro lo es también. A pesar de todo ello, Turquía, de manera prácticamente consensual, optó por Europa: entre ser asiático, islámico y replegado sobre sí mismo, o europeo secular, democrático y globalizado, eligió la segunda. Lo hizo a sabiendas, primero, de que muchos europeos no quieren aceptarlos, y segundo, de que las condiciones para ingresar a la Unión Europea serían draconianas y difíciles de cumplir en plazos razonables.México dispone de una opción semejante. Tuvo desde finales de los años ochenta un régimen audaz e ilustrado, pero autoritario, que impuso a una sociedad recalcitrante la opción de América del Norte a través del TLC, pero, por ello mismo, la sociedad y sobre todo sus élites, nunca terminaron de convencerse, ni de lo acertado de la imposición, ni de las consecuencias que entrañaba. Hoy, como en otros momentos de los últimos 15 años, asistimos a una versión azteca del freudiano "retorno de lo reprimido". La sociedad mexicana y sus elites no saben lo que quieren. Por ello parecería ya indispensable iniciar un debate sobre el código postal: a cuál queremos pertenecer: al de Zelaya y su sombrero, al de Chávez y su boina, al de Raúl y su senectud, al de Brasil que no nos quiere en el vecindario, o al de América del Norte cuyos jefes de Estado y de gobierno se reúnen este fin de semana en Guadalajara. ¿A dónde están los jóvenes turcos que, con Atatürk, apoyaron la decisión de Turquía de ir por Europa? No se ven, no se oyen.