En una de mis fotografías favoritas aparecen dos hombres tomados de la mano. No son dos amigos, ni dos amantes, son dos jefes de Estado: el francés François Mitterrand y el alemán Helmuth Kohl. La imagen ocurrió en 1984. Los mandatarios europeos de dos naciones que se hicieron la guerra por siglos se toman de la mano frente a un ataúd cubierto por las banderas de ambos países. El pretexto de la ocasión solemne era conmemorar a los soldados de ambos bandos, que murieron durante la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, Kohl y Mitterrand más que recordar el pasado, lo querían enterrar. En ese féretro yacía inerme una historia común de rencor, brutalidad y violencia. Los representantes de dos pueblos decidieron darle sepulcro a sus odios. Sólo quien deja atrás el pasado, puede mirar con tranquilidad el futuro.Se dice que en el amor, un clavo saca otro clavo. En la percepción de la historia ocurre algo parecido. Una vieja narrativa es remplazada por una lectura renovadora de los tiempos. La narrativa de los antiguos enemigos es desplazada por el discurso de los nuevos aliados. La historia de trincheras y guerras mundiales es superada por la visión de una Europa unida bajo una comunidad de valores e instituciones. Kohl y Mitterrand lograron sepultar la historia de un continente, gracias a que tenían una visión clara de lo que vendría después. Ambos estadistas hicieron la epopeya de narrar y construir el futuro.A nuestro querido México, le urge un curso intensivo para enterrar la historia. Nuestro pasado no sólo es parte de los libros, sino también de los discursos electorales, las leyes y las políticas públicas. En nombre de la historia, confundimos el pasado con la virtud. Celebramos un bicentenario de mitos, sin tener una narrativa muy clara de cómo serán nuestros próximos 50 años.Esta semana, el presidente Felipe Calderón concedió varias entrevistas con motivo de sus tres años de mandato. Las respuestas del Presidente estuvieron más enfocadas en explicar sus decisiones de la primera mitad del sexenio que en aterrizar su programa para los próximos tres años. El presidente de México parece un hombre de buena voluntad, pero sin mayor ambición de futuro. Hace unas semanas, el presidente Obama dio cinco entrevistas de televisión en un solo día. ¿Por qué el presidente de Estados Unidos buscaba multiplicarse en las pantallas de televisión? Obama quería vender una narrativa del futuro, donde todos los habitantes de su país tendrían acceso a un seguro médico. El mandatario gringo usó la TV para criticar a sus adversarios y defender su plan de salud. Gracias a su activismo mediático y legislativo, Obama está cerca de anotarse un triunfo que podría marcar la historia de su mandato. Comparado con su homólogo gabacho, Felipe Calderón desperdició su tiempo en pantalla para comunicar su perspectiva del porvenir.México sí tiene una visión del mañana. El problema es que esa construcción de un destino deseable no está en la voz del Presidente o de algún líder político, sino en la prosa de Héctor Aguilar Camín y Jorge Castañeda. En la edición de noviembre de la revista Nexos, ambos autores publican Un futuro para México. El texto es un instructivo general para sepultar nuestros anacronismos e imaginar un país distinto, una nación poblada por una amplia franja de clase media.La estabilidad de toda democracia y la viabilidad de cualquier modelo económico dependen de la esperanza colectiva de que el futuro será mejor que el presente. Esa expectativa optimista del futuro le da razón de ser a las reglas que nos gobiernan. Hoy en México, ningún partido político ofrece una narrativa verosímil de un porvenir prometedor. En contraste, el texto de Nexos deja la sensación de que nuestro país sí tiene remedio. El desafío radica en transformar el mensaje de Un futuro para México en una masa crítica y una plataforma de gobierno. La visión del porvenir ya está en tinta y papel. Ahora falta un liderazgo político o un movimiento ciudadano para apadrinar su espíritu.