Me tocó ser testigo en Brasil del éxito de la transformación de Petrobras, impulsada por las condiciones de transparencia y gobernanza corporativa a las que le obliga estar en Bolsa. La lectura del ensayo Un futuro para México, de Héctor Aguilar Camín y Jorge Castañeda, publicado en Nexos de noviembre, me hizo recordar cómo fue que cambié sobre temas que antes consideraba intocables. El leitmotiv que recorre el ensayo es una propuesta hereje, algo equivalente a abandonar la iglesia a la que fuiste con tus abuelos, tus hermanos, tu familia y cuyos rituales y liturgia no sólo te hacen sentir cómodo sino emocionalmente vinculado.La herejía no tiene que ver con alguna confesión religiosa sino con la ideología nacionalista revolucionaria. Los autores proponen cambios que atentan contra varios de los dogmas surgidos de la experiencia revolucionaria, como permitir la inversión privada en el sector energético o, más radical todavía, un proceso de integración, tipo Unión Europea, con Estados Unidos y Canadá. Me tocó ser testigo en Brasil del éxito de la transformación de Petrobras, impulsada por las condiciones de transparencia y gobernanza corporativa a las que le obliga estar en Bolsa y tener que rendir cuentas a los accionistas minoritarios. Pero también fui testigo de la fuerza del discurso anacrónico de López Obrador tanto en 2006 como en las discusiones sobre la frustrada reforma energética y, al igual que durante la lectura del ensayo de Castañeda y Aguilar Camín, me pregunté muchas veces cómo cambiar esos viejos paradigmas en la mente de millones de mexicanos.La mayoría de las personas cambiamos de forma de pensar por la vía de la razón y de la experiencia. Algunas no cambian nunca, ni modo. En mi caso, me tocó la serie de reformas de la segunda mitad del gobierno de Carlos Salinas, gobierno al que me opuse pues participé en la fundación del Frente Democrático Nacional y considero muy posible el triunfo en las elecciones de 1988 del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. Pero el hecho es que, especialmente en esa Legislatura, los cambios discutidos en el Congreso fueron radicalmente herejes.Recuerdo bien la discusión sobre darle o no autonomía al Banco de México. Aunque su propósito central todavía me parece estrecho —sólo el control de la inflación—, cambié mi voto a favor de la autonomía cuando tuve acceso a un documento preparado para el PRI que comparaba los distintos grados de autonomía de los bancos centrales de muchos países. Naciones gobernadas por socialdemocracias o por gobiernos conservadores, contaban con bancos centrales relativamente autónomos. En un país como el nuestro, en el que el Presidente despedía a la mayor autoridad del banco porque no lograba revaluar la moneda, resultaba obvio que la autonomía sería positiva. En esta reforma, gobernó sobre todo la razón.En la reforma a los artículos tercero y 130 constitucionales privó la experiencia. Durante la primaria, viví con terror las visitas de la inspectora de la SEP. Sus visitas nos obligaban a desmontar en la escuela los altares, a ocultar cualquier símbolo religioso y a mentir. Me parecía insana la simulación a la que nos obligaban esos artículos.Unos cuantos miles o decenas de miles cambiarán por la razón al permitir y provocar un debate rico y abierto sobre nuestra agenda futura, como lo han hecho los amigos Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín. Otros cientos de miles han cambiado por la experiencia migratoria: regresan con ahorros e ideas para convertirse en empresarios. Otros cambiarán generacionalmente: porque no han vivido tanta indoctrinación o porque han viajado intensamente o estudiado en el extranjero y han podido comparar. Muchos miles más podrán cambiar al abrirles las puertas del mundo a través de la conectividad y de la rica experiencia que proporciona el desarrollo de los talentos propios. El caso es acercar a los mexicanos a la posibilidad de cambiar para cambiar a México.