Los Estados Unidos ocuparon Haití por primera vez en 1915 y permanecieron en ese país hasta 1934. Volvieron a desembarcar en 1994, para restituir a Jean-Bertrand Aristide y en el 2004 para destituirlo y en el periodo que va de los años 30 hasta la muerte de Papa Doc en 1971 intervinieron de diversas maneras en la patria de Toussaint Louverture para perpetuar un statu quo imperdonable. Por todas estas razones, la presencia, posiblemente duradera de los 10 mil marines ya presentes en Puerto Príncipe y los que puedan arribar en los próximos días o semanas es objeto de legítima preocupación para haitianos, americanos y por supuesto para los argüenderos de siempre: Chávez, los Castro, Daniel Ortega y compañía. Pero es posible que la única solución, a mediano plazo por lo menos, a los terribles problemas que enfrenta la nación más pobre de América Latina consista en una especie de protectorado americano vestido de azul, es decir, disfrazado como un mandato al estilo "sociedad de las naciones" o de la ONU en sus primeros años.No sólo se cayeron decenas de miles de viviendas, escuelas, tiendas, oficinas, hoteles y el palacio presidencial; no sólo quedaron destruidas las redes eléctricas, de agua potable, de alcantarillado, de comunicación y de telecomunicaciones. Quedó destruido un Estado de por sí fallido. La mejor prueba de ello: la presencia desde hace 10 años de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH), y el enorme contingente de más de 9 mil soldados, policías y funcionarios de la ONU, entre ellos mi querido y aún desaparecido amigo desde 1965 Gerard Le Chevalier.Enrique Berruga en un espléndido texto, hasta ayer inédito, dice claramente lo que muchos piensan: la reconstrucción tomará años, costará miles de millones y si bien no puede realizarse sin los corazones más nobles y las mejores mentes de Haití, tampoco podrá lograrse sin una cooperación internacional a una escala desconocida por su magnitud y su duración. Berruga propone un protectorado de Naciones Unidas, insisto, semejante a los mandatos de la SdN, pero se antoja inverosímil, si no es que imposible, que países como Francia, Brasil, Chile o Canadá -los cuales han estado presentes en múltiples misiones humanitarias, de estabilización o de paso en Haití- puedan y quieran asumir un compromiso más injerencista, caro y duradero. Lula puede tener una vocación afro-latinoamericana; Chile un compromiso para el mantenimiento de la paz per se, Francia algo de culpa y de generosidad por haber sido la potencia colonial, y Canadá por la presencia de una gran población de origen haitiano en su territorio. Pero hacerse cargo de un país, por un periodo indefinido, y en condiciones aterradoras no va a resultar fácilmente asimilable por sus sociedades y élites. Antes de la tragedia ya había 1200 efectivos brasileños en Haití, después de 10 días hay 10 mil efectivos norteamericanos con sus aviones, telecomunicaciones, hospitales de campaña, transporte, combustible, médicos y víveres. Países como los citados pueden contribuir enormemente a distender el sentimiento de ocupación que una mayor y más larga presencia de Estados Unidos pueda suscitar. Pero ha surgido un momento en el que aparecen con toda claridad las implicaciones de la existencia de una sola superpotencia en el mundo. Sólo EU puede asumir la responsabilidad plena; y sólo Barack Obama puede cumplir las promesas que la comunidad internacional le ha hecho al pueblo haitiano. Haciendo a un lado a los desubicados de siempre que creen que ahora EU quiere aprovechar la tragedia haitiana para apoderarse de dicho país con el propósito de reemplazar la base (no la cárcel) de Guantánamo (que según estos mismos personajes piensan que Estados Unidos va a devolver), difícilmente se puede encontrar una salida menos mala a esta hecatombe. Ojalá Berruga tenga razón y se pueda hacer sin Estados Unidos; me temo no: que sólo se podrá con Estados Unidos. www.jorgecastaneda.org; jorgegcastaneda@gmail.com