Digamos que sí tenemos mucho que festejar. Digamos que la pachanga de anoche salió de 10 y que el incumplimiento de otras metas y proyectos se debió sólo a la ineptitud y desidia de burócratas, y no a una conducta freudiana del gobierno que no quiso celebrar algo que no lo convence. ¿Qué es entonces lo que debemos ver con el mayor entusiasmo hoy 16 de septiembre y el próximo 20 de noviembre?Lo primero, lo más importante, lo menos políticamente correcto y lo que más irrita paradójicamente -a tirios y troyanos- es la construcción de una sociedad mexicana mayoritariamente de clase media. En el país de las lamentaciones, donde ningún logro es suficiente ni compartido, y en el que es mucho más rentable hablar de los pobres, del pueblo, de los trabajadores, de los ni ni, de los campesinos o los indígenas, hoy podemos decir con orgullo que más de la mitad de la población sí ha alcanzado un nivel de vida de clase media baja para arriba. Más aún es probable que el porcentaje de la población total que alcance dicho nivel, una vez que se recupere lo perdido el año pasado, llegue a casi 60%.Si hay 40 millones de pobres, más 8 que estadísticamente pasaron de nuevo a la pobreza entre 2006 y 2008, entonces son casi 50 millones. Por tanto, hay entre 60 y 70 millones de no pobres que van desde el hombre más rico del mundo hasta la obrera en una planta maquiladora. Obrera cuyo salario guarda para sí porque: no se lo tiene que entregar a sus padres -con quienes todavía vive- ni a su marido, ni a sus hijos porque todavía no tiene. Esta obrera ya tiene celular, plasma, educación secundaria o técnica y sale de vacaciones. Pronto comprará un coche usado, a plazos o chocolate; va a solicitar pronto una hipoteca para una casa de 60 a 70 metros cuadrados; y tiene acceso a crédito -todavía caro- para comprar una infinidad de bienes y servicios útiles, y otros innecesarios. Hoy en México hay más gente que pertenece a estos sectores (D+ para arriba) que los que no, como lo explica The Economist esta semana y a propósito de tres países de América Latina, debido a la estabilidad financiera, el crecimiento mediocre pero sostenido, el bajísimo aumento de población y a la caída de precios de bienes y servicios -en algunos casos espectacular- durante los últimos 15 años: México, Chile y Brasil, hoy; Perú y Colombia, en poco tiempo, son de este club con mayoría clasemediera. A él pertenecían ya Argentina -que entra y sale- y Uruguay -que ya está instalado. Todo esto es fruto de la independencia y la revolución (aunque muchos países también alcanzaron su independencia pero no esta meta, y muchos otros no tuvieron revolución pero sí la alcanzaron). Esto sí que es digno de festejo, aunque no lo queramos creer.El segundo motivo de regocijo pue- de ser que México empieza, como muchos otros, a vivir poco a poco las delicias de las identidades múltiples, como las llama Amartya Sen. Hay muchos mexicanos que son mexicanos y norteamericanos, mexicanos y españoles, mexicanos y guatemaltecos, y sobre todo mexicanos oriundos de sus regiones, ya no sólo de patrias chicas o estados o pueblos. Hay muchos mexicanos católicos, pero también muchos evangélicos y muchos ateos; hay muchos que hablan sólo español, pero muchos que hablan los idiomas de sus comunidades y otros que también aprenden rápidamente inglés. Ya no hay hoy, afortunadamente, una sola identidad mexicana, ni lingüística, ni religiosa, ni étnica, ni siquiera jurídica. Probablemente nunca la hubo, pero hoy las evidencias son más palpables y maravillosas que nunca.Las identidades mexicanas serán en este tercer centenio regionales, dependiendo de la historia, la cultura, los orígenes étnicos, el clima y la topografía; pero también de su inserción específica en la economía global. Las fuerzas que generan estas regiones siguen siendo, como en el pasado, centrífugas; pero ahora son cada vez más sinérgicas; y éstas están ganando la partida. www.jorgecastaneda.org; jorgegcastaneda@gmail.com