Escalera al cielo / El misterio de los mexicanosCon la filosofía de lo mexicano, dada su doble naturaleza de asunto ontológico y de obsesión intelectual, uno nunca termina. Finalizando la lectura de Mañana o pasado. El misterio de los mexicanos (Aguilar, 2011), de Jorge G. Castañeda, me es evidente que tanto mayor insatisfacción y dolor provoque México, más tentador será seguirse ejercitando con la ontología nacional, propia de países que se creen condenados a la eterna adolescencia y no de viejas naciones que disfrutan largas decadencias, achacosas quizá, pero colmadas de satisfacciones y de honores.Tautológicamente, que Castañeda traiga otra vez el asunto a la mesa, prueba que las cosas no andan bien, pues el progreso suele convertir las averiguaciones ontológicas en curiosidades bibliográficas y confinar a la interrogación nacional, género hispanoamericano como ninguno, a la literatura.El asunto regresa cíclicamente. Cuando se creyó fracasada a la Revolución mexicana y gesticuladores a los políticos que gobernaban en su nombre, apareció Rodolfo Usigli (con El gesticulador, tempranamente, en 1938) y, tras él, los filósofos del grupo Hiperión. Luego, Octavio Paz en dos momentos: con El laberinto de la soledad (1951, 1959) y después de 1968, con Posdata.Y la impaciencia ante una transición democrática que nunca acababa de comenzar produjo -entre otras cosas- La jaula de la melancolía (1987), de Roger Bartra, donde se postulaba que el carácter nacional era una construcción ideológica (compleja, elusiva, imaginaria) a modo del dominio de quienes habían construido al Estado tras la Revolución.Sólo la democracia, aseguraba Bartra, podía desmontar a la mexicanidad, una rémora de caracteres históricos de los que era menester privarse junto con el nacionalismo autoritario que los justificaba y sacaba provecho de ellos.Castañeda considera correcta esa caracterización y la confronta con la década que llevamos de alternancia democrática.Es generoso con Bartra -el último de los clásicos de la mexicanología y acaso, también, nuestro último marxista-, reconociendo su deuda con él; no lo es tanto Castañeda con Carlos Monsiváis, cuya idea del cantante Juan Gabriel como postmoderno y postmexicano tomó sin citarla, ni con Daniel Cosío Villegas, crítico de la monarquía sexenal priista que tampoco aparece mencionado en Mañana o pasado.Del libro, lo más fecundo es su hipótesis de que la violencia mexicana, desde 1910 hasta 1968 e inclusive hoy día, es un espantapájaros, un quid pro quo respaldado con idéntica lealtad por todos aquellos que, tirios o troyanos, fueron hijos, nietos o hasta bisnietos, de la Revolución mexicana.Castañeda, en esta curiosa rehabilitación de la filosofía de lo mexicano que dimana ya no de Heidegger ni del Conde de Keyserling, sino del INEGI, va más allá de la Ontología del mexicano (1949), de Uranga.Lo que para Samuel Ramos era el complejo de inferioridad del mexicano, para Uranga una insuficiencia psicológica y para Paz orfandad en el laberinto de la historia, para Castañeda es individualismo y aversión al conflicto las dos principales deficiencias caracterológicas que impiden, según él, el acabado de nuestra modernización.En términos generales, creo, tiene razón. Pero el problema con las características nacionales es que existen y no existen a la vez y sólo se pueden dibujar desde la generalidad, por más que ahora las respalden encuestas y estadísticas como ayer lo hacían las filosofías tenidas por insuperables.Debe decirse que ni Ramos, ni Uranga, ni Paz consideraban eterna o indestructible esa caracterología. Los tres fueron hijos del psicoanálisis como crítica de la cultura y asumían curable a la neurosis del mexicano.Octavio Paz, a su vez, fue el primero de ellos en ver, en la democracia, el tratamiento a seguir. La filosofía de la mexicanidad, por más sombrío que fuera su retrato del indio, del mestizo, del hijo de la Malinche, no podía sino ser optimista, como Castañeda, epigonal, en ese sentido, lo es.Uno de los grandes descubrimientos freudianos es que la narración del trauma implica su curación. Pero si los clásicos de lo mexicano fantaseaban con una terapia cultural, a su manera interminable como lo dictaba el viejo psicoanálisis, Castañeda, acorde con los tiempos, propone otra clase, digamos que cognitiva-conductual, breve y rápida.Hay mexicanos -sostiene Castañeda- que se han enfrentado -en Estados Unidos- a exigencias de madurez (el imperio de la ley y la ley del mercado) y las han superado.La única curación a la vista es asumirse contemporáneo, ya no de todos los hombres, sino de la clase media universal.Coincido en esta conclusión liberal, para algunos tan decepcionante y tan vieja como el liberalismo, por cierto.A Mañana o pasado, libro pensado en los términos del periodismo académico y escrito originalmente en inglés, le faltó algo más de la experiencia intelectual del autor, quien debió hablar de sí mismo no sólo como hijo bilingüe de diplomático y canciller del régimen de Fox.Extrañé la historia de cómo un comunista más bien ortodoxo y luego adalid en el combate contra el libre comercio, se convierte al liberalismo (o a una socialdemocracia temperadísima) y publica Mañana o pasado, un libro del que ha desaparecido -cosa bien notable viniendo de un marxista de la Sorbona- casi toda consideración al conflicto material como esencia del cambio social.Si otros, que no hemos aspirado a ser presidentes de la República, cómo él, hemos contado cómo y cuándo llegamos al camino de Damasco, no veo por qué Castañeda habría de abstenerse.Me gustaría que él, el biógrafo desmisficador de Guevara (1997), el autor de un libro decisivo en la historia de la izquierda latinoamericana como La utopía desarmada (1995), lo hiciera.Lo digo con simpatía hacia Castañeda, una atractiva combinación de político reformador y de aventurero (como dirían los clásicos).