Ayer o antierPor Jesús Silva Herzog MárquezAgosto 15 de 2011 Desde hace un par de meses circula en librerías un libro importante. Es un intento de descifrar el “misterio” de los mexicanos. Ése es precisamente el subtítulo del nuevo libro de Jorge G. Castañeda: Mañana o pasado (Editorial Aguilar). Castañeda no intenta examinar tal o cual parcela de la vida mexicana, sino descubrir qué tipo de bicho es ese sujeto: “el mexicano.” Supone, pues, que existe tal personaje y que su naturaleza puede ser descubierta. El asunto no es trivial: todo cuelga de nuestra identidad. Nuestro problema es quienes somos, eso que llamamos el “carácter de nuestra cultura.” El autor advierte que el trabajo está pensado originalmente para un público norteamericano. Fue escrito originalmente en inglés para mostrarle a los estadounidenses quién es su vecino. Lo notable para un lector de Castañeda es la resurrección que ha hecho de la vieja, empolvada, mohosa literatura de lo mexicano que hace décadas capturó nuestra imaginación. El laberinto de la soledad, la pieza de Octavio Paz que peor ha envejecido, es el núcleo de sus apuntes sobre el México contemporáneo. También se asoman Jorge Portilla y su ensayo sobre el relajo; Samuel Ramos y su desafortunado psicoanálisis. La literatura de lo mexicano es un capítulo rico en la historia de nuestras ideas. Un capítulo con algunos hallazgos estéticos y disparates descomunales. Supongo que aquella búsqueda era una estación ineludible de nuestra cultura tras la conmoción revolucionaria pero no alcanzo a entender su aporte a la sociología contemporánea. Como explicación ofrece poco, como guía para la acción política, nada. El argumento de los identitarios, con el que tropieza Castañeda es que nuestra identidad, eso que él llama “carácter nacional”, es el factor del que irradian todas nuestras miserias. Nuestros desórdenes urbanos, nuestra política disfuncional, los monopolios, la corrupción se explican por lo que los mexicano somos. La historia o, más bien, sus mitos nos poseen. Si las leyes consagran el desbarajuste es porque ellas reflejan lo que somos. Si el PRI regresa es porque el PRI es México. Mañana o pasado, el libro de Castañeda es un ensayo de ayer o de antier. Recupera un enfoque del que afortunadamente nos habíamos desprendido: la idea de que nuestra alma irrepetible explica nuestras desventuras. Los identitarios del orgullo piden abandonar esas instituciones ajenas que habíamos copiado. Castañeda, por su parte, nos aconseja: “desmexicanícense.” Si México quiere ser moderno debe ser un poco menos mexicano, sería la cápsula de su mensaje. El argumento de Castañeda no es solamente conservador—una especie de espejo de aquel ensayo de Huntington sobre el peligro de esos mexicanos culturalmente incompatibles con Estados Unidos. Se trata también de un argumento inconsistente porque el propio Castañeda advierte de la transformación de las prácticas de los mexicanos que viven bajo otras reglas, con un horizonte de castigos y premios diferente. ¿Se transforma súbitamente el carácter nacional al cruzar la frontera? Si una línea provoca que los mexicanos se comporten distinto será que el “carácter nacional” explica poco. Estoy de acuerdo con lo que decía Tony Judt: “identidad” es una palabra peligrosa que no tiene uso respetable en nuestro tiempo. Sociológicamente, es un discurso banal. Somos quienes somos, tenemos lo que tenemos porque somos quienes somos; hacemos lo que hacemos porque somos quienes somos; vivimos como vivimos porque somos quienes somos. La sociología de la identidad no ofrece más que un circuito de confirmaciones, una repetición de lugares comunes, una trama de prejuicios. Puede encontrar ahí felicidad literaria o eficacia política pero, como explicación, ha sido y sigue siendo un fracaso. Me temo que el discurso de la identidad es también incongruente con otros trabajos de Jorge Castañeda. Me refiero a textos más que meritorios como los que ha firmado con Héctor Aguilar Camín (Un futuro para Mérxico) o Manuel Rodríguez Woog (Y México por qué no) en donde analiza los grandes nudos del desarrollo económico y político de México. Atendiendo su diagnóstico y su propuesta podrá verse que el lente de la identidad nada esclarece. Lo que importa es la red de premios y castigos; lo que cuenta es quién gana y quién pierde. Que no nos digan que el monopolio de Telmex refleja el alma mexicana. En el fondo, los argumentos de identidad, aunque se vistan de críticos, terminan siendo himnos: justificaciones, coartadas. Si padecemos los monopolios no es porque, desde de la colonia seamos enemigos de la competencia: existen los monopolios porque hay una red de beneficiarios de esa estructura, porque hay ganadores y esos ganadores tienen y controlan el poder. Que esos intereses se vistan con la fábula de nuestra identidad es parte de su éxito. Desprendernos de esas justificaciones es el primer paso para salir de ahí.