No importa cuánto tiempo tome encontrar a Muammar Al-Gaddafi, ahora es relativamente fácil poder declarar ganadores y perdedores. Algunos pueden parecer sorprendentes, especialmente los más perdedores, los BRICS -Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica.El mayor ganador es, por supuesto, el pueblo libio que con ayuda internacional derrocó a su propio dictador, aunque a un alto costo. Cualquiera que sea el desenlace, difícilmente será peor que las cuatro décadas previas.Un segundo grupo de ganadores incluye a Sarkozy, Cameron y Obama. Los dos primeros convencieron al último de intervenir con el mandato legal de la ONU, y Estados Unidos fue la potencia de fuego sin la cual ninguna intervención hubiera sido exitosa. Como no van bien en las encuestas, el éxito en Libia es bienvenido.Y finalmente, la comunidad internacional, desde la ONU y la Corte Penal Internacional hasta la Liga Árabe no pueden sino sentirse orgullosos de un buen contraejemplo al fiasco iraquí: los mecanismos multilaterales funcionaron, el apoyo regional fue estable, los costos fueron altos pero no en la magnitud de Irak, y el regreso a cierta normalidad parece cerca.Los perdedores son fáciles de identificar. En Estados Unidos y en la OTAN, aquellos que se opusieron a una intervención humanitaria para evitar asesinatos en Bengasi y que evolucionó hacia un esfuerzo de cambio de régimen. Alemania sufrió, como lo llamó su ex canciller Joschka Fischer, el peor desastre en su política exterior desde la Segunda Guerra Mundial: se abstuvo en la resolución 1973 del Consejo de Seguridad que autorizaba el uso de la fuerza para proteger civiles, y se negó a participar con la OTAN. Probablemente pensó que la operación estaba condenada al fracaso, y se equivocó.Países como China y Rusia, aunque no usaron su veto para hundir la resolución 1973, y no hicieron mucho ruido sobre la intrusión de la OTAN, no salieron bien librados. Su repulsión hacia el principio de la Responsabilidad a Proteger (R2P) se puso de manifiesto junto con su simpatía por Gaddafi.Pero los verdaderos perdedores fueron los países que explícitamente se opusieron a ese principio, así como a la noción de usar mandatos multilaterales para que la comunidad internacional intervenga en proteger civiles y retirar dictadores. Hubo dos categorías de esos oponentes: los descarados partidarios de Gaddafi, y los vergonzosos indecisos.En el primer grupo está Cuba, que retiró a su embajador argumentando que no reconocía al Consejo Nacional de Transición; Nicaragua que continuó apoyando a Gaddafi; y Venezuela: Chávez hizo un llamado a Gaddafi a resistir y terminar con la locura del imperio yankee y sus aliados. Posturas previsibles que fueron irrelevantes.Pero más importante fue la postura que adoptaron tres países que buscan posicionarse como líderes mundiales: Brasil e India se abstuvieron en la resolución 1973, y Sudáfrica solo votó a favor después de la presión que Obama ejerció. Sin embargo Sudáfrica se ha mantenido desde entonces al margen, y ha intentado encontrar soluciones intermedias para mantener el régimen de Gaddafi. Brasil e India aspiran a un asiento permanente en el Consejo de Seguridad, y a ser considerados como potencias mundiales, pero se abstuvieron de participar, al menos con su voto, en una de las acciones más exitosas de los últimos años; incluso Brasil continúa sin reconocer al nuevo gobierno libio y no tomará una decisión hasta la próxima Asamblea General de la ONU, el 20 de septiembre.Para ellos, el principio de la no intervención sigue siendo el pilar de su política exterior. Esto explica que no se pronuncien sobre la crisis de derechos humanos en Siria, en donde la ONU no ha podido actuar debido al veto de Rusia. De acuerdo con la Voz de Rusia, los BRICS "no permitirán que se repita el mismo escenario de Libia ahora en Siria". Esto demuestra que estos países no están preparados para las grandes ligas en asuntos internacionales. Deberían haber aprovechado el repugnante caso de Gaddafi, sobre todo ahora que se sabe de su complicidad con Bush y sus políticas de tortura.