La Junta de Gobierno de Human Rights Watch acaba de reunirse en Colombia, asistieron, además, invitados de varios países, colaboradores permanentes de la organización y los directores. Gracias a los contactos del director de la División de las Américas, José Miguel Vivanco, se pudo organizar un programa extenso e interesante, pero que no hubiera sido posible sin el decidido apoyo del gobierno de Juan Manuel Santos. Además de recibirnos a todos durante dos horas en el Palacio de Nariño, invitó a una cena informal en Cartagena, e instruyó a sus ministros de Relaciones y Defensa y al jefe de la Policía Nacional a reunirse con la Junta de Gobierno. En las tres reuniones de la Junta a las que he asistido en los últimos 8 años, es la primera vez que se tiene un acceso tan directo con el gobierno anfitrión.Gracias a estas conversaciones, y a las sostenidas con la embajada británica y la de Estados Unidos, así como con representantes de la sociedad civil colombiana (una de las más vigorosas de América Latina) y con otras fuentes, fue posible revisar, confirmar y, en su caso, modificar algunas de las ideas que yo tenía sobre las semejanzas y diferencias de la situación colombiana y la que impera en México. Me parece que hay cuatro grandes diferencias que hacen que cualquier analogía entre Colombia y México sea poco pertinente; pero también que hay una gran lección para México.Las diferencias son conocidas, pero nunca está de más repetirlas. La primera, obviamente, es que en México no hay guerrilla como la hay en Colombia desde hace más de 40 años: a pesar de los golpes gubernamentales la guerrilla sigue contando con entre 8 y 11 mil efectivos. En México no hay guerrillas desde los años 70, es muy importante esta diferencia.En segundo lugar, hasta mediados de la década pasada Colombia padeció los estragos de una enorme cantidad de grupos organizados como paramilitares, principalmente conocidas como Autodefensas Unidas de Colombia, y que empezaron a ser desmovilizados en el segundo gobierno de Uribe. Se puede discutir si la forma de desmantelamiento fue la mejor y el precio que se pagó razonable, sobre todo si las llamadas BACRIM, es decir bandas criminales, son sucesores directos de los paramilitares o no. Pero lo que es sabido, con excepciones reales o trágicas -como en Chiapas con Acteal- o las nuevas payasadas como los "Mata Zetas" -en Veracruz y Jalisco- es que en México tampoco hay paramilitares, sea dicho con seriedad.Tercera diferencia, Colombia es y sigue siendo un inmenso productor de la droga que es el mejor negocio del narco: la cocaína. Para fines prácticos ni produce ni exporta marihuana, vende poca heroína y anfetaminas. México no produce, al día de hoy, un solo gramo de cocaína. No sabemos si esto vaya a durar, pero por el momento es una gran diferencia.La cuarta diferencia es que desde los años 50 y hasta ahora, según todas las personas con conocimiento del tema, la fuente de la violencia es la lucha por la tierra. Colombia es un país en donde todavía los pleitos por la tierra -sobre todo de ganadería, pero no únicamente- son el origen de pleitos a muerte entre campesinos desplazados, terratenientes, narcos, paramilitares y pequeños propietarios. Ese no es el caso ya en México: la violencia en nuestro país dejó de originarse por la tierra hace una veintena de años.La lección: la Policía Nacional de Colombia. Fue creada en 1950 después del llamado Bogotazo, el asesinato de Gaitán; hoy cuenta con 160 mil efectivos, ha duplicado su fuerza en los últimos 10 años gracias en alguna medida al Plan Colombia; y es la que se ha dedicado al control de la violencia, a proteger a la sociedad y a luchar contra el narco; dejando al Ejército la tarea contrainsurgente. Mientras México no cuente con una policía nacional única y sustitutiva, como en Colombia, no habrá solución a los problemas de inseguridad y violencia, suponiendo, como es mi caso, que el narco no es el problema en sí mismo.